El tiempo de la desobediencia civil ha llegado

Opiniones01 de mayo de 2023 Por Juan Bordera Agnès Delage Fernando Valladares
Las luchas contra la crisis ecosocial se multiplican en Europa mientras nos acercamos al punto de no retorno.
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En su carta “El último discurso que doy antes de convertirme en un criminal”, uno de los mejores escritores daneses vivos, Carsten Jensen, nos ha regalado un texto lleno de fuerza. Una enumeración que irá ganando aún más potencia y resonancia con los años, a medida que el eco de nuestros presumibles silencios retumbe irremediablemente en nuestros oídos. He aquí algunas perlas del discurso:

“Si crees que puedes vivir como siempre has vivido, te equivocas”.

“Si crees que tus hijos tendrán una vida como la tuya, te equivocas”.

“Si crees que la desaparición de los insectos no convertirá los imperios en escombros, te equivocas”.

“Si crees que los humanos no pueden vivir como ratas, te equivocas”.

“Si crees que la paciencia del planeta es infinita porque ha soportado la presencia de tu especie durante unos cientos de miles de años, te equivocas”.

Estas son solo algunas de las líneas del texto que hizo público justo antes de ser detenido en una acción de protesta, en la que participó junto con Extinction Rebellion Dinamarca: Vendepunktet, que se podría traducir como “El punto de inflexión”.

Cualquiera que tenga información al respecto de la gravedad de las dos grandes crisis que enfrentamos, la climática y la energética –la crisis económica, que tanto nos preocupa, depende de ellas, y no al revés–, sabe que estamos rondando peligrosamente y desde hace tiempo ese punto de no retorno, de irreversibilidad, que nadie puede determinar dónde está exactamente pero que se intuye muy cercano. Por eso el tiempo de la desobediencia civil ha llegado. Como decía Víctor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”.

Y el bueno de Carsten y los valientes daneses no están solos, ni mucho menos. Un fantasma recorre Europa, una vez más. Una ola de desobediencia climática se está extendiendo por muchos países. En Reino Unido destacan dos colectivos que se suman a Extinction Rebellion: Just Stop Oil, que además de bloquear infraestructura fósil, está dejando imágenes para la posteridad –una de sus acciones más comentadas consiste en atarse a postes de campos de fútbol, y así paralizar los partidos para abrir un debate social sobre la cuestión–, e Insulate Britain, un movimiento que ya cuenta con varios integrantes en prisión por defender, mediante la desobediencia civil no violenta, la necesidad de aislar térmicamente y con urgencia las casas en las frías islas británicas para reducir la dependencia de unos combustibles fósiles que nos van a abandonar igualmente. Esto lo empezaron a defender mucho antes de la invasión de Ucrania.

En Alemania, Last Generation es otro de estos movimientos emergentes que van a dar que hablar. Otro flanco radical. También especializado en bloquear vías y autovías pegándose o encadenándose, como Insulate Britain, aunque han probado otras tácticas como las huelgas de hambre para alimentar un debate inevitable en el que nos jugamos la estabilidad de las cosechas, y por tanto, al fin y al cabo, del orden. Entre el orden y el caos hay siete comidas de diferencia, dicen, y ya se están sucediendo las advertencias de una gran crisis alimentaria.

En Francia, hace apenas unos días, un grupo de recién graduados de una de las escuelas más prestigiosas de Agronomía, AgroParisTech, proclamaron un discurso que se ha hecho tremendamente viral, llamando a desertar de los trabajos del sistema que nos está condenando: “No creemos en el desarrollo sostenible, ni en el crecimiento verde”.

El director de la escuela ha respondido con el argumento clásico: no seáis catastrofistas –pero vean el maravilloso discurso de estos jóvenes y piensen si se equivocan siquiera en una coma–. A lo que habría que decirle que no son catastrofistas, “Director Mr. Wonderful”, la realidad es catastrófica. Y lo es por un proceso sistemático de negacionismo y negocionismo alimentado desde las posiciones de privilegio como la que disfruta el propio director.

¿Y en España? Pues aquí no nos hemos quedado quietos, y ha destacado la rebelión de una parte de la comunidad científica. Un movimiento internacional que protestó el pasado 6 de abril en coordinación con más de 25 países en los cinco continentes, coincidiendo con la publicación del informe diluido por los lobbies del IPCC. La acción más potente de todas fue, sin duda, la realizada por los científicos y activistas españoles, entre los que nos encontramos los que aquí escribimos. En la acción embadurnamos la fachada del Congreso con una suerte de jarabe color sangre para denunciar que la inacción climática está bañada de sangre de verdad. Este jarabe no dañó la fachada, ya que se diluía con agua y se limpió en menos de 30 minutos. Pero las imágenes pasarán a la historia. Y cuando tengamos olas de calor de 50 grados –spoiler: no queda mucho– quizá se recuerde aquella acción y –ojalá no– nos lamentaremos por no haber hecho nada más.

Porque esto debería extenderse con rapidez a otros colectivos. ¿Acaso los profesores no deberían desobedecer sus programas educativos y enseñar que el futuro pende de un hilo? ¿Acaso tienen los bomberos un incendio más urgente que apagar?

Cuando pase el tiempo, la mirada hacia los desobedientes será de absoluta comprensión, como pensando, ¿cómo no nos unimos a ellos y ellas? ¿Cómo no arriesgamos más? ¿Cómo no vimos que nuestros privilegios eran espejismos temporales? Estamos ante una bifurcación definitiva y definitoria. No querremos mirar hacia atrás cuando todo esté ya perdido y pensar, ¿y si nos hubiésemos atrevido a intentar algo que históricamente ha funcionado?

Las luchas de las sufragistas femeninas, por los derechos de los afroamericanos o contra el Apartheid están ahí para aprender de ellas. Para aprender que en todas estas ocasiones se ha desafiado a la ley, e incluso han sido necesarias detenciones y condenas para que la población reaccionara apoyando masivamente estas luchas, y lograra así cambiar el lento rumbo de la historia.

Como dice Vandana Shiva: en ocasiones, no se trata de desobedecer una ley, se trata de obedecer a una ley superior.

Es hora de ejercer la valentía de quien tiene mucho que perder. Sabemos lo que hay que hacer. Hay muchas y buenas soluciones basadas en la naturaleza y en la comunidad que permitirían una transición rápida hacia una civilización en equilibrio con su entorno, baja en emisiones y rica en emociones. Una democracia participativa es fundamental para ello, que apriete a los poderosos y redistribuya las cargas y la riqueza. Y para eso necesitamos presión y organización.

Esperamos que disfruten leyendo este texto a la sombra durante la ola de calor que estamos sufriendo en mayo. Y que recuerden la que hace poco asoló la India, o la que hace apenas unas semanas generó anomalías térmicas inexplicables de 30º por encima del promedio esperable en el Ártico, la zona cero climática, y de 40º en el Antártico. Y que la rabia que puedan sentir al pensar que no se está haciendo apenas nada, salvo manipular a la opinión pública desde los grandes poderes económicos, escondiéndoles la verdad sobre la tragedia, les empuje a actuar. Porque ya no hay apenas tiempo.

El texto de Carsten Jansen, finaliza:

“Si crees que es ilegal bloquear un puente y detener brevemente el tráfico que lo asfixia para llamar la atención sobre la crisis planetaria, te equivocas.

Estamos aquí porque amamos toda la vida en la Tierra, y por eso nos quedaremos aquí una y otra vez.

Y si crees que puedes detenernos, te equivocas”.

 
NOTA: La Rebelión Científica va a recibir el Premio Berta Cáceres al compromiso medioambiental del Festival Ecozine.

Autores:

Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició.

Agnès Delage
Es catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Aix Marseille / Cnrs Telemme.

Fernando Valladares
Es doctor en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense de Madrid, profesor de investigación en el CSIC.

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