SOY UN DRAPETOMANÍACO INCURABLE

Opiniones 08 de julio de 2020 Por Gustavo Coletti
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Un amigo muy querido que es gay me dijo. “Ahora tengo la libertad de casarme con quien quiero”. Yo pensé, pobre, él cree que tiene la libertad de hacerlo pero la libertad es otra cosa. El tiene el permiso de hacerlo como tiene el permiso ahora de hacer muchas cosas que antes no le estaban permitidas. Todos tenemos permisos, pero libertad ninguna, excepto la de pensar, pero no la de ocultar lo que pensamos. Por todos los medios tratan de saber lo que pensamos y cuando la tecnología se los permita, no dudarán en hacerlo.
Ninguna de las “libertades” que tenemos son libertades, son solo permisos. Cuando decimos, “yo tengo libertad de caminar por esa calle”, estamos equivocados. Una simple cinta amarilla puede advertirte de que no lo hagas. Cuando pensamos “yo soy dueño de lo que tengo porque vivo en una sociedad capitalista”, entenderías lo equivocado que estas si conocieras todas las reglas a que estás sujeto y todo lo que te cuesta esa propiedad. Hace poco saqué una foto en una oficina del gobierno en Los Angeles, de un cartel que me advertía que yo no puedo vender partes de mi automóvil si no adquiero antes una licencia. Es decir que estoy obligado a venderlo completo o estaría infringiendo una ley.
Por supuesto que no necesito conocer la ley para convertirme en delincuente. El desconocimiento no es una excusa en un país de leyes como es el que vivo. Alguna vez leí sobre cuantos vagones de ferrocarril serían necesarios para transportar los libros con todas las leyes federales, estatales, de condados, ciudades, pueblos y oficinas que regulan nuestras vidas de algún modo los Estados Unidos.
Hasta hace pocos años era ilegal cohabitar con una mujer si no estaban casados, era ilegal el sexo oral aunque se practicara de algún modo. Hoy no es más ilegal, hoy te está permitido. No tienes ni tuviste nunca la libertad hacerlo, pero hoy tienes el permiso.
Que vivamos en un país de leyes no significa que vivamos en un país de justicia. Son dos cosas totalmente diferentes.
Los esclavistas en el siglo XIX llamaban drapetomanía a la enfermedad de los esclavos que los llevaba a desear la libertad o en casos extremos a escaparse. Solían curarlos con latigazos o cortándoles los dedos de los piés para que no pudieran correr pero si trabajar. Algunos no se curaban nunca.
Yo creo que voy a morir como drapetomaníaco incurable. Eso es lo que me inspira la sociedad en que vivo donde todavía no aceptan que vamos hacia un modelo donde el trabajo será para las máquinas y no para el hombre, donde viviremos mucho más de cien años, y donde las fortunas más allá de lo que podemos gastar serán ilegales.
Los corderos adoran las leyes que los dominan porque consideran que de ellas deviene el orden que les cuidará sus posesiones y les permitirá vivir en paz.
Benjamín Franklin dijo. “El que entrega la libertad para obtener seguridad, no merece la libertad ni la seguridad”.