¿En el ocaso de la sociedad occidental?
La evolución humana, condensada en una frase, es la de un alucinante proceso. Unos animales han sobrevivido y crecido en un ambiente inhóspito hasta transformarse en uno dioses poderosos capaces de modificar a su antojo todo a su alrededor. El proceso, organizado como un relato escrito imperdible, se presenta con galantería en el libro de Yuval Noah Harari cuyo título lo dice todo en pocas palabras: “De animales a dioses”. Pero también se describe tan magnífico viaje en un electrizante discurso, creado como una fascinante pieza publicitaria de la película “Prometheus”, en el que un joven Peter Weyland (Guy Pierce) detalla con pasión los pasos que el sapiens ha trajinado para conquistar una posición más cercana a la de unos seres celestiales que de unos terrenales.
Pero como seres superiores en la tierra, al humano lo define una condición contradictoria: su existencia misma depende totalmente del planeta que a su placer domina. Su cuerpo demanda insaciable los recursos de la naturaleza para sobrevivir, creando una relación de sumisión hacía ella bastante endeble. Todo debate político relevante de ahora en más, debe tener como foco esa dicotomía: ¿Hasta dónde llevar la explotación del medio que otorga la vida misma? Limitar, cuidar y proteger, se opone a la filosofía convertida en utopía de este tiempo: el neoliberalismo, cuyo lema se reduce a producir, consumir, expandir. Parece tomar sentido la frase de Rosa Luxemburgo, “socialismo o barbarie”, cuya actualización a nuestros días sería: “neoliberalismo y muerte”.
Yuval Noah Harari.
Joseph Alois Schumpeter lo dictaminó con exactitud: “El capitalismo lo llevará a su fin su propio éxito”. Su máxima contradicción, por rememorar a Marx, es su necesidad de un crecimiento infinito en un planeta con finitud de recursos. Ese escenario ha comenzado: la cadena RTVE, de España, declaraba que “la humanidad vive como si tuviera 1,75 planetas a su disposición”. Tal nivel de consumo ha concluido en el apocalíptico escenario de que en un mes tan temprano como agosto ya se han finiquitado todos los recursos para el año en curso. Cerca de nueve mil millones de personas son un número insostenible para la humanidad y, por ende, se requiere de la demografía, más que de la economía o la política, para visualizar si hay futuro sobre la tierra.
“La salud humana es imposible sin la salud al mismo tiempo del oikos; esto es, literalmente, sin la salud de la casa o el hogar, y ulteriormente la salud del oikos significa la salud misma del planeta -escribe Carlos Maldonado en Le Monde Diplomatique-. Así, por ejemplo, la salud del aire, de las aguas, las plantas, los animales y demás”. Su argumento está organizado para concluir con la necesidad de “generar un giro de una visión distintivamente antropológica de los temas de salud-enfermedad, a una visión más amplía, de corte ecológico o biocéntrico”, siendo sus palabras unas indicando también la solución. En mucho, el Covid-19 es el epílogo del cambio climático y se debe, tal situación, “al factor demográfico”. Para Maldonado, “una población grande es un mercado de consumo amplio, que requiere muchas energía y los ciclos económicos implican diversidad y velocidad. Pues bien, la crisis del coronavirus puso de manifiesto que la demografía es un fenómeno de debilidad”.
Joseph Alois Schumpeter
Un hecho maravilloso fue la entrevista durante la marcha del orgullo gay de 2019 ocurrida en España a un anciano celebrando los derechos de las minorías homosexuales, ataviado hasta el extremo de calcomanías, pancartas y panfletos a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo. En su frente portaba una hoja de papel blanco funcionando como un letrero enorme con las palabras: “Gay, Ok”. El simpático anciano defendía sus posturas dejando saber que los gays estaban “haciendo un gran favor, porque el mundo está superpoblado” y claro, “pues los gays y las lesbianas no procrean más gente” y, gracias a eso, ayudaban al “medio ambiente que lo tenemos fatal”. El periodista, sorprendido por la diatriba del anciano le pregunta por su condición sexual. Directamente le pregunta: “pero, ¿usted no es gay, no?”. La respuesta del hombre sería un viral global maravilloso: “no, yo soy demógrafo”, le confiesa el tierno viejito a un sorprendido comunicador.
James O’ Keefe la da la razón al encantador hombre. En su charla en TED, el cardiólogo hace un análisis impresionante sobre cómo la homosexualidad es una herramienta de todas las especies para evolucionar y sobrevivir, siendo los homosexuales los encargados de cuidar los hijos de aquellos padres heterosexuales que faltan, por múltiples razones, en la vida de los pequeños. Le da sustento académico el doctor a la frase rondando en Internet sosteniendo que “homosexualismo hay en todas las especies, mientras que homofobia solo hay en una”. Los sapiens, un grupo poco inteligente en general, ha ido en contra de esa regla. Dice el escritor Emiliano Bruner que “la religión es un mecanismo perfecto para mantener a la gente convencida de lo que sea a pesar de la evidencia, de la razón, de la coherencia y de las estadísticas, sin tener que dar explicaciones o rebuscar apaños que parezcan sensatos”. William Kingdon Clifford es aún más severo: “está mal siempre, en todas partes y para cualquiera, creer cualquier cosa con evidencia insuficiente”. Creen basado en la evidencia es la muestra más clara de la inteligencia y en la humanidad, eso brilla por la falta de ella. La religión ha impuesto que el homosexualismo es detestable y que, por lo tanto, no debe ser aceptado. Como esa batalla ya se perdió, en su afán de continuar la guerra, se declara desde esa trinchera de lo errado, que se debe impedir la adopción de bebés por su parte.
James O’ Keefe. TED
Es obligatorio el esfuerzo por no dejar huecos en los argumentos: los eclesiásticos luchan con igual fiereza contra el impedimento de la adopción por homosexuales que contra el aborto, porque es en los pequeños cerebros en crecimiento donde encuentran su mercado potencial para expandirse. Es por poco imposible convencer a un adulto y demasiado sencillo convertir a un niño. Parece un ardid; pero en general, cualquier hombre o mujer ya formado encuentra ridícula cualquier religión distinta a la suya, y he ahí el sustento para la acusación presentada. Desde ahí, los creyentes en un Dios han establecido una trinchera desde la que se han ido lanza en ristre contra la adopción por parte de homosexuales, a pesar de la utilidad de la misma para las especies. La relevancia de la información es mayúscula en este momento: China, Estados Unidos, Tailandia y Nueva Zelanda, cada país ha anunciado con urgencia que el 2020 fue el año con la tasa de natalidad más baja de la historia reciente. Es muy posible a su vez que, el mismo 2020 sea el año con el mayor número de fallecidos a nivel planetario en décadas.
El mundo social ideado por el hombre va en contraposición del universo natural sustentado la vida. La base de tal creencia se haya en la forma escogida para medir el éxito económico. Una cifra regular en los medios, el Producto Interno Bruto, indicador de la actividad económica de un territorio, ha sido catastrófico como determinante del éxito o fracaso de las políticas aplicadas por un gobierno. No hubo mala intención en su creación. En 1930, Simon Kuznets, economista de los Estados Unidos, creó el P.I.B. como herramienta para analizar la recuperación de la producción en su país, sumergida en la crisis económica más grande del mundo hasta esa fecha: la Gran Depresión. Las tasas positivas informarían un retorno de la producción y el fin de las épocas oscuras. Haberlo convertido en el objetivo último de todos los gobiernos en todas las circunstancias, fue el garrafal error. John Maynard Keynes estipuló la necesidad de un estudio eficaz de la producción en la Segunda Guerra Mundial, llevando a utilizar el P.I.B. de manera generalizada. Pero, como decía el mismo Kusnetz, cuyo único objetivo era crear una medida del bienestar, su invento no funcionaba acorde a sus deseos originarios, pues es lógico “que hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad pero sí para ella. Por ejemplo: si hay más crímenes se le paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el P.I.B.”, como explica Diane Coyle de la Universidad de Cambridge y autora de “PIB: Una breve pero cariñosa historia”, en conversación con la BBC.
Simon Kuznets.
William Kingdon Clifford resalta la importancia de tener responsabilidad con las las creencias individuales, por el impacto de ellas en la sociedad. Estimar a los afrodescendiente una raza inferior contrajo la esclavitud, pensar en los indígenas como seres humanos de menor categoría sustentó y expandió el colonialismo y, pensar en el P.I.B. como una medida de éxito de las naciones tiene a la especie humana al borde de la extinción y el caos. La prostitución, los embotellamientos de autos, la deforestación, la venta de armas y la explotación infantil, producen crecimiento en el P.I.B., y sin embargo, son elementos indeseables para cualquier sociedad. El fenómeno se conoce como el concepto de “crecimiento empobrecedor“ que ya se detalló en páginas hermanas. El problema radica en que el P.I.B. es una medición incompleta del proceso productivo: suma lo creado, pero no resta lo destruido. Si la industria maderera de un país encuentra un mercado alcista internacional y arranca un proceso de exportación masiva, el P.I.B. tiene en cuenta las ventas, los trabajos necesitados y las inversiones realizadas; más no la destrucción del ambiente, el aumento en la polución por la liberación de gases contaminantes, los daños a la salud, la disminución pluvial a sufrir, las sequías, el incremento en costos de los alimentos, el caos desatado…
Las tasas de crecimiento económico engañaron al humano haciéndole ver un futuro prospero y boyante en el porvenir. El Covid-19 lo despertó de sus sueños; pero el cambio climático lo hará vivir una pesadilla. Las sequías comienzan a ser una realidad alarmante, subiendo los precios de los alimentos y generando el desespero en cientos de millones de personas alrededor del globo. Las fotos satélites de México demuestran una considerable reducción de sus riquezas hidrográficas. Los reportes en toda California sobre las caídas en cantidades de aguas pluviales son igual de terroríficas. Ciudad del Cabo sabe ya tiene sus días contados por la escasez del preciado liquido. El agua no se va a acabar, es una realidad de la naturaleza; pero el agua potable, utilizable para el consumo humano, sí se puede convertir en un bien limitado para demasiados seres humanos. Y ese será el fin del mundo como lo conocemos. El aire, el respirar, ha comenzado su escasez en muchas áreas del planeta. El que haya que debatir, convencer, pelear a un grupo de humanos de la necesidad de cambio de un sistema que elimina el agua potable y el aire respirable, es muestra de que esa especie está condenada a su extinción. Y todo parece así será: los antepasados del humano moderno murieron por guerras y enfermedades; los de esta era los mata la mala alimentación y la contaminación; los hijos de hoy, todo indica así será, fallecerán por el hambre a expandirse por el globo a pasos agigantados.
William Kingdon Clifford
La tendencia es marcada y clara…
Cifras del Programa Mundial de Alimentos (PMA) citadas dentro de la investigación muestran que el número de personas que carecen de acceso adecuado a la nutrición aumentó en todo el mundo en casi 70% en los últimos cuatro años debido al cambio climático, los conflictos y las crisis socioeconómicas, y podría aumentar otro 82% para fin de año.
El futuro es predecible y aterrador…
La Covid-19 está profundizando la crisis alimentaria mundial y creando nuevos epicentros de hambre en el planeta, advierten los investigadores. “Hasta 1.000 millones de personas podrían verse en situación de inseguridad alimentaria, una cifra nunca vista”, alerta la ONG Acción contra el Hambre (ACH).
Hugo Rafael Chávez Frías tuvo tres alocuciones amplias por su difusión: una, en la que bautizó a George Bush “el diablo” durante su discurso para la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas; otra, en la Cumbre de la O.N.U. sobre el Cambio Climático en Dinamarca donde citó la frase “si el clima fuera un banco, ya lo habrían rescatado”; y una tercera, mucho menos conocida, en su natal Venezuela, en donde explicó el concepto de fallo sistémico. Acorde al antiguo mandatario venezolano, se entiende mejor la definición imaginándose una sociedad perfecta, funcional a toda su nación (pueblo), pero en la que sin previo aviso algo falla. Inmediatamente empieza a funcionar equivocadamente, ese error lleva a otra falencia, y esa última a un tercer daño. La secuencia se sigue expandiendo hasta destruir por completo la sociedad.
Hugo Chávez Frías
La idea encuentra sustento en hechos históricos: Patrick Wyman en alucinante pieza para Mother Jones, titulada “¿Cómo sabes que vives en el fin de un imperio?”, acusaba que el ocaso de las grandes organizaciones políticas se presentaban por “las pequeñas cosas”. “La caída de un imperio —el fin de una política, un orden socioeconómico, una cultura dominante o el todo entrelazado— parece más una serie en cascada de fracasos menores, individualmente sin importancia, que un final dramático que aparece de la nada”. Will Durant produjo similar sentencia al estipular que “una gran civilización no puede ser conquistada desde afuera, a menos de que haya sido destruída ella misma por dentro”. La civilización global moderna no la conquistó un virus mortífero para el ser humano; la destruyó casi medio siglo de aplicar un conjunto de ideas políticas enfrascadas en repartir de la manera más inequitativa posible los recursos de la sociedad.
Ysi algo enseñó la pandemia del Covid-19, es que el ser humano ya no tiene capacidad de funcionar como especie y privilegia el individualismo hasta el extremo de hacerse daño así mismo. Tal y como sucedió con la riqueza monetaria, la repartición de vacunas tuvo el mismo patrón que la riqueza: todo para pocos y las sobras para muchos. Y así como el sistema económico, la salud pública en una pandemia no funciona con unos cuantos saludables y protegidos, mientras un resto mayoritario se enferma del mal acongojándolos. La ciencia ha sentenciado el futuro de nuevo: no haber efectuado un plan para inmunización humana masiva, llevó a las situación en Brazil e India, expandiéndose ya a Taiwan y Japón. La proyección es reservada; pero parece ser las variantes del Sars-Cov-2 generadas en estos países serán inmunes a los efectos de las vacunas. Si el daño del Covid-19 está en sus inicios, al igual que el cambio climático, (Nuevo Loredo registró vientos de velocidades inéditas de hasta 150 kilómetros por hora, destruyendo infraestructura vital para toda la ciudad), el reto a enfrentar es descomunal.
Will Durant
La especie humana superó sus enormes limitantes por su sentido de cooperación, su capacidad de trabajo en conjunto en números casi sin precedentes o paralelos en otras especies. Las grandes ciudades, capaces de trasformar el mundo natural y erigir un espacio en común acorde a sus necesidades; los viajes espaciales, con los que ha soñado conquistar otros planetas; la ciencia medica, con la que ha ido retrasando el destino fatídico de toda vida; son posibles gracias a las interconexiones entre millones de humanos, de diferentes eras, avanzando en un objetivo determinado. El humano de hoy ha alcanzado el cielo y las estrellas porque se ha parado sobre los hombros de gigantes para observarlos: sus antepasados. Sin embargo, producto de intereses egoístas y mezquinos, desde hace medio siglo ha sido convencido de lo contrario: de que la individualidad, el egoísmo y la mezquindad son los valores relevantes en la sociedad y aquellos por los que ha sobrevivido tanto tiempo. “Nada tan peligroso como una idea amplia en cerebros estrechos”, sentenció Hipólito Taine
El cambio climático es peor que una guerra nuclear (Juan Manuel Santos), ergo: la peor amenaza a la seguridad mundial (Bernie Sanders) y el mundo se prepara para él como si de un ventanal se tratara. Nunca antes los seres habitando este globo llamado planeta tierra habrían de enfrentar tal calamidad. Y tan descomunal enemigo solo puede derrotarse a través de la colaboración. De la comprensión de que el bienestar de uno es el de todos, y que en esta guerra, ningún hombre o mujer puede quedar atrás. Pero esa lección parece una imposible de comprender para los hijos de la Ilustración. Para el ser humano heredero de la Europa Renacentista la complejidad del átomo, los misterios del universo y las reglas del mundo natural le fueron sencillas de descifrar. Entender que el bien común es el bien de todos y no solo de los otros, parece serle el mayor de los enigmas. Y he ahí por qué, sin dejar de ser un riesgo, se puede creer estar presenciando el fin de la civilización occidental como el centro del mundo. Un pequeño fallo, en una creencia, y todo el mundo se desmorona.