
La magia de viajar: Tres autoras ucranianas de la década de 1930
Estas crónicas de viaje han contribuido a moldear la emancipación de las mujeres.
Mundo Julia StakhivskaEsta historia forma parte de una serie de ensayos escritos por artistas ucranianos titulada “Cultura recuperada: Voces ucranianas comisarían la cultura ucraniana”. Esta serie se produce en colaboración con la Asociación Folkowisko /Rozstaje.art, gracias a la cofinanciación de los Gobiernos de República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia mediante una subvención del Fondo Internacional de Visegrado. La misión de este fondo es promover ideas para una cooperación regional sostenible en Europa Central. La han traducido del ucraniano Iryna Tiper y Filip Noubel.
«Simplemente ir a algún lugar lejano y ver si todavía existen islas paradisíacas en el mundo». Así describía su deseo de viajar la escritora Sofía Yablonska en una entrevista para la revista en ucraniano Nazustrich de Leópolis en 1935. Las crónicas de viaje de Sofía Yablonska, Daria Vikonska y Olena Kysilevska han influido en la emancipación femenina y en la literatura en el oeste Ucrania, en ese entonces parte de Polonia.
Sofia Yablonska: Una mujer con una cámara
Esta mujer ucraniana viajó por todo el mundo con una cámara y escribió crónicas de viaje sobre Marruecos, Asia oriental, Australia y Oceanía. Si viviera hoy, probablemente tendría millones de seguidores en redes sociales. Pero hace un siglo, una mujer viajera resultaba por demás exótica.
La viajera Sofía Yablonska retratada por la artista Tanya Kornienko. Captura de pantalla de su canal de YouTube.
Sofia Yablonska nació el 15 de mayo de 1907 cerca de Leópolis. Fue hija de un sacerdote, estudió en el seminario de docentes y se inscribió en cursos de actuación y negocios para mujeres. Su sueño de convertirse en actriz de cine la llevó a París en 1927, donde estudió técnicas de fotografía documental y cine. Luego de algunos años, escribió el libro El encanto de Marruecos (1932): una historia sobre el exotismo en la que describe la vida cotidiana, tragafuegos, comedores de víboras, harenes, partidas de ajedrez con un noble local-kaida, expediciones a tierras bereberes y la “europeización”, una burla a los turistas que confían más en las guías de viaje que en sus propios ojos.
En sus escritos, Yablonska se deja encantar y encanta:
“Al llegar al borde del oasis y mirar desde la sombra de la última palmera hacia el Sahara bañado por el sol ardiente, se siente la misma impresión alegre que se siente al observar una feroz tormenta de nieve en invierno desde la ventana de una habitación abrigada”.
En diciembre de 1931, Yablonska firmó un contrato para ensayos fotográficos documentales y emprendió un viaje alrededor del mundo. En Port Said, la rodearon niños ansiosos por ser filmados; en Yibuti, fue sorprendida por quemaduras del sol; en Ceilán, conversó con los árboles. En Laos, cazó un tigre. En Camboya, reflexionó sobre el budismo y se enfermo de malaria; en Tailandia, huyó del cortejo de un príncipe; en Malasia, fue tratada por un curandero; en Bali, participó en rituales y cazó un tiburón. En la isla de Bora Bora, le dieron el alegre nombre de Teura, “La pluma roja de los reyes”, y en Tahití, el lugar que tanto anhelaba como posible paraíso, escuchó las revelaciones de la reina Marau: “El destino de Tahití es morir. Nuestros astrólogos predijeron desde hace tiempo este final. […] Y no deben compadecernos. Quizá aún seamos el último pueblo feliz del mundo. Tenemos sol, calor, nuestros jardines están llenos de plantas, el mar está lleno de peces, nuestras almas son libres”.
En 1939, Yablonska abandonó su tierra natal para siempre y se fue a China, donde conoció a su esposo, el empresario francés Jean Houdin. Juntos tuvieron tres hijos; el menor, Jacques-Mirko Houdin, fue político. Sofía Yablonska concluyó simbólicamente su viaje terrenal “en el camino”: murió en un accidente automovilístico el 4 de febrero de 1971, mientras llevaba el manuscrito de un nuevo libro a su editorial. Está enterrada en la isla francesa de Noirmoutier.
Daria Vikonska: Una princesa en una torre de libros
Daria Vikonska es el seudónimo de Joanna Karolina Mayer-Fedorovych, conocida como Malytska tras su matrimonio. Nació en una antigua familia principesca conocida desde la tus de Kiev medieval, estaba emparentada con la familia checo-polaca Naglik-Lozy de Lozenav. Nació el 17 de febrero de 1893 en Alemania. Su padre, Volodyslav Fedorovych, era terrateniente, mecenas y embajador en el Parlamento austriaco; su madre, Zdenka Elisabeth Mayer von Winthod, actriz, murió tras dar a luz.
Vikonska pasó su infancia y juventud en Europa occidental; hasta los 20 años no hablaba ningún idioma eslavo. Aprendió ucraniano y polaco en una finca del pueblo de Vikno (de ahí su seudónimo), donde se enamoró de su maestro, el profesor de filología clásica de Ternópil Mykola Malytskyi, y se casó con él contra la voluntad de su familia. Por desafiar a su padre y casarse por debajo de su condición social, perdió gran parte de su herencia, excepto la finca del pueblo de Shlyakhtyntsi, donde Vikonska escribiría y buscaría paz entre las plantas que tanto amaba, como era moda en la época del art nouveau.
Gracias a su tradición literaria familiar, su buena educación y erudición, Vikonska se dedicó a actividades intelectuales. Fue probablemente la primera persona en Ucrania en hablar sobre James Joyce, en 1934 escribió un estudio titulado James Joyce: El secreto de su rostro artístico. Su prosa de viajes incluye descripciones de Francia, Finlandia y Austria. Se identificaba sobre todo con Venecia y su cuidada belleza, que capturaba con estilo impresionista, y reflexionó sobre su destino turístico en el relato Fragmento de una carta:
Traducción
Cita original
“En tu alma surgía una rebelión contra esa admiración complaciente por algo ya gastado, pasado y profanado por incontables turistas; como si con desgana te pusieras un hermoso vestido de segunda mano, ya usado por otra persona. … Pero tú no sabías un secreto que yo sí: solo el nombre de Venecia está profanado. Venecia misma no ha perdido ni una pizca de su extraña belleza por las miradas insolentes de los nuevos visitantes”.
Vikonska conocía bien la ciudad, asistía a actividades y escribía críticas sobre la Bienal. En 1932, tras visitar las exposiciones en los Giardini, como buena decadente, no aceptó las tendencias futuristas. Tenía más afinidad con prácticas políticas de derecha; es más, era muy afín a círculos nacionalistas, incluida la revista Vistnik.
Sus escritos retratan una pequeña habitación en una antigua finca, iluminada con luz cálida y suave. Se sienta en la ventana en medio de un invierno feroz, una mariposa (imagen de uno de sus cuentos), “aislada del mundo que más me interesa: el mundo de la élite intelectual”.
Su destino fue trágico. Tras la primera ocupación soviética, las propiedades familiares fueron confiscadas. En 1939, cuando la URSS tomó definitivamente esos territorios, su esposo fue enviado a los campos como “explotador” y murió. Durante la Segunda Guerra Mundial se refugió en Viena. El 25 de octubre de 1945, cuando agentes del SMERSH (contrainteligencia soviética) fueron a arrestarla. Vikonska murió al arrojarse por una ventana intentando escapar.
Olena Kysilevska: Una investigadora de la tierra natal
Foto de Olena Kysilevska. Captura de pantalla del canal de YouTube empresa privada NTC Televisión y Radio Uso permitido.
Cabe destacar que Olena Kysilevska, pese a ser mayor, también fue amiga de Yablonska y Vikonska. En 1935, Kysilevska visitó a Yablonska en Krynytsia y la entrevistó. Para ese entonces, ambas ya habían publicado libros sobre sus viajes a África. Olena Kysilevska también fue gran defensora de los viajes en solitario, que veía como una misión de iluminación y emancipación.
Olena Kisilevska nació el 24 de marzo de 1869 en la ciudad de Monastyryska, en la región de Ternópil, también en el seno de una familia sacerdotal. Estudió en Stanislaviv (hoy Ivano-Frankivsk), se unió al movimiento femenino local y se convirtió en una de sus líderes.
Más tarde vivió en Kolomyia, publicó la revista «Destino de mujer» y fue senadora en el Parlamento polaco por la moderada Unión Nacional Democrática Ucraniana. Escribió relatos, artículos y su primer reportaje artístico fue sobre Suiza (1934). Le gustaban especialmente el mar y los paisajes costeros, algo que está muy presente en sus crónicas de viaje sobre Marruecos, islas Canarias, la región del mar Negro y sus impresiones sobre Odessa, Yalta, Mónaco, Niza, Venecia y San Remo.
Pero su investigación sobre Polesia —tierra misteriosa y abandonada en el cruce de fronteras de la actual Ucrania, Polonia, Bielorrusia y Rusia— fue realmente única. “Un país secreto con su gente, como si estuviera cerrado con tres cerrojos”, escribió en su libro En la tierra natal. Polesia (1935), sobre su viaje a este mundo lleno de bosques y pantanos, arenas grises y largas casas de madera, aguas con lirios amarillos, vida y creencias ancestrales.
En este archipiélago de aldeas entre los pantanos —surgido donde se derritió un antiguo glaciar—, donde las piedras de los lagos desaparecen en profundidades sin fondo con la cuerda más larga, todo es incierto: “Este es un país del tamaño de Bélgica, con un área de hasta 100 000 kilómetros cuadrados. La mitad está en Polonia, la otra mitad en la Gran Ucrania, llega hasta Kiev. […] Es el país menos poblado de toda Polonia, y tan inaccesible por sus pantanos poco antes de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades rusas aún encontraban lugares que desconocían, y personas que no figuraban en el censo”.
Visitó lugares como Kamin-Kashirsky, Bereza Kartuzka, Dorohochyn, pueblos y granjas; viajó por un ferrocarril de vía estrecha, navegó en un vapor por el Canal Oginsky —arteria acuática construida entre 1767 y 1783—, y fotografió la feria acuática de los poleshuk en Pinsk sobre barcos. Como viajera, observó la dura vida y necesidades de los habitantes locales, y buscó el exotismo nativo y auténtico.
En 1944, Olena Kysilevska partió a Alemania y en 1948 emigró a Estados Unidos, donde presidió la Federación Mundial de Organizaciones de Mujeres Ucranianas, escribió memorias y relatos. También vivió en Canadá, donde fue enterrada el 29 de marzo de 1965.
Yablonska, Vikonska y Kysilevska fueron libres en creatividad, geografía, elecciones de vida y viajeras solitarias. Hoy, algunas siguen siendo desconocidas, a diferencia de hace cien años. Estas mujeres emprendieron un viaje sin retorno, y la literatura se convirtió en su hogar. Aunque quizá no lo esperaban, simplemente dominaron el arte de explorar el mundo.


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