El caso de Julian Assange expone la hipocresía británica sobre la libertad de prensa
Uno de los defectos políticos más repugnantes es la hipocresía. Los políticos dicen una cosa y luego hacen la contraria. Esto deja un mal sabor de boca y desprestigia la vida pública.
El secretario de Relaciones Exteriores británico, Dominic Raab, es un buen ejemplo de ello. El domingo se produjo una exhibición bochornosa del doble rasero de Raab cuando declaró que apoyaba la libertad de expresión. “Es más importante que nunca que existan medios fuertes e independientes”. Espléndidas palabras en el Día Mundial de la Libertad de Prensa.
Si tan solo el secretario de Asuntos Exteriores británico hubiera creído una palabra de lo que decía… Mientras Raab hablaba a favor de la libertad de expresión, su colega del gabinete, Oliver Dowden, lideraba el último ataque del gobierno contra la BBC.
Amenazas a los medios
En una acción cargada de amenazas, Dowden envió una carta al director general de la BBC, Tony Hall, quejándose del documental “Panorama” de la semana pasada en el que se exponía la escasez de equipos de protección personal (EPP) y se manifestaba gran preocupación ante el riesgo de que los trabajadores de la salud pudieran morir a causa de la Covid-19.
Con su gobierno amenazando a los medios de comunicación en relación con el coronavirus en el Reino Unido, no resulta sorprendente que el secretario de Asuntos Exteriores no haya tenido nada que decir sobre la expulsión de Egipto de una periodista del Guardian en marzo tras informar sobre un estudio científico en el que se decía que era probable que el país tuviera muchos más casos de coronavirus de los que se habían confirmado oficialmente.
Un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores declaró: “El Reino Unido apoya la libertad de los medios en todo el mundo. Instamos a Egipto a garantizar la libertad de expresión. Los ministros del Reino Unido han planteado ya este caso ante las autoridades egipcias”.
El secretario de Asuntos Exteriores tampoco ha tenido nada que decir sobre el sombrío informe de Amnistía de ayer que revela que periodistas egipcios están siendo encarcelados y acusados de terrorismo por informar de historias que al régimen del presidente Abdel Fattah el-Sisi le resultan molestas.
Arabia Saudí, un aliado británico, encarceló a 26 periodistas solo el año pasado. ¿El Foreign Office no tuvo nada que decir? Si es así, no acierto a encontrarlo. No es de extrañar que Gran Bretaña haya caído hasta el puesto 35 de 180 países en el Índice de Libertad Mundial 2020 de Reporteros sin Fronteras.
La semana pasada, el secretario de Asuntos Exteriores afirmó que el Reino Unido “sigue comprometido con la libertad de los medios” durante la crisis del coronavirus. Esto, desafortunadamente, no es cierto. Nada muestra más el vacío de estas afirmaciones que la forma en que el gobierno británico está manejando el caso de Julian Assange.
La sangrienta verdad
El fundador de Wikileaks continúa pudriéndose en la cárcel de Belmarsh mientras Estados Unidos exige su extradición en base a acusaciones de espionaje. Si hubiera una pizca de sinceridad en la afirmación del secretario de Asuntos Exteriores de que es partidario de la libertad de los medios, se resistiría con todas sus fuerzas al intento de Estados Unidos de poner sus manos sobre Assange.
Nada sugiere en absoluto que así esté haciéndolo. Como señaló Human Rights Watch, las autoridades británicas tienen poder para evitar que cualquier enjuiciamiento en Estados Unidos erosione la libertad de los medios. Gran Bretaña, al menos hasta ahora, no ha mostrado intención alguna de ejercer, o querer ejercer, ese poder. Desafortunadamente para Raab, el verdadero crimen de Assange es hacer periodismo.
Nunca me he encontrado con Assange. Algunas personas que conozco y respeto dicen que es vanidoso y difícil. Les creo. Sin embargo, no se puede negar que Assange ha hecho más que todos los periodistas de Gran Bretaña en conjunto para arrojar luz sobre cómo funciona realmente el mundo.
Por ejemplo, gracias a Assange conocemos ahora muchas transgresiones, entre ellas: la compra de votos entre Gran Bretaña y Arabia Saudí para garantizar que ambos Estados fueran elegidos para el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 2013; los vínculos entre el fascista Partido Nacional Británico y miembros de la policía y el ejército; los detalles horripilantes de los civiles asesinados por el ejército estadounidense en Afganistán; los pistoleros estadounidenses riéndose en su helicóptero mientras disparaban y mataban a civiles desarmados en Iraq, incluidos dos periodistas de Reuters. Un incidente sobre el que mintió el ejército estadounidense, alegando en un principio que todos los muertos eran insurgentes.
Podría seguir y no parar. Vanity Fair calificó la publicación de las historias de Assange de “una de las mayores primicias periodísticas de los últimos treinta años”. Y así fue. No fue espionaje, como afirma Estados Unidos. Fue periodismo.
El secretario de Asuntos Exteriores británico, Dominic Raab, llega a Downing Street el 29 de abril (AFP)
El periodismo no es un delito
Las autoridades de Estados Unidos no quieren a Assange porque sea un espía. Lo quieren tras las rejas por su periodismo.
Por ese motivo es por el que las consecuencias serían tan escalofriantes si Gran Bretaña cede a la solicitud de extradición de Estados Unidos y permite que Assange sea juzgado en ese país. No solo para Assange, quien se enfrenta a una larga pena de prisión (hasta 175 años) de la cual difícilmente podrá salir. No deberíamos hacernos ninguna ilusión, si consiguen tener éxito, la acusación de Estados Unidos contra Assange tendrá terribles consecuencias para la prensa libre.
Los cargos, en palabras del exeditor de The Guardian, Alan Rusbridger, parecen un intento de “criminalizar los procedimientos que los periodistas siguen regularmente mientras reciben y publican información verdadera que les dan fuentes o denunciantes de conciencia. Assange está acusado de intentar persuadir a una fuente para que le revele más información secreta. La mayoría de los periodistas harían lo mismo. Luego se le acusa de una conducta que, a primera vista, parece la propia de un reportero que intenta ayudar a una fuente a proteger su identidad. Si eso es lo que Assange estaba haciendo, ¡bien por él!”.
Sin embargo, los periódicos británicos no lucharán por Assange. Ya sea a la izquierda o a la derecha, ya sea prensa seria o un tabloide, los periódicos británicos están de acuerdo en una cosa: caerán unos sobre otros para obtener la última entrega oficial sobre el primer ministro británico Boris Johnson y el bebé de su prometida Carrie Symonds. O sobre el nuevo perro de Downing Street. Pero mirarán para otro lado cuando se trate de defender la libertad de prensa y a Julian Assange.
Periodismo clientelista
¡Qué patético! ¡Qué comercio traidor! ¡Periodismo clientelista! ¡Qué alteración de lo que representan los periódicos! Si el secretario de Asuntos Exteriores británico tiene dos caras sobre una prensa libre, también las tienen los editores de periódicos británicos que dicen que les importa la libertad de prensa. Y tienen menos excusas aún.
Para ser justos, no es que no se opongan a la extradición de Assange. Tiene que ver más con que ignoran casi por completo una de las amenazas más potentes a la libertad de prensa de los tiempos modernos.
Si les importara, estarían haciendo campaña para mantener a Assange fuera de las garras de Estados Unidos. Mientras tanto, los médicos advierten que la salud de Assange se ha deteriorado tanto que puede morir en la prisión de Belmarsh.
Nils Melzer, relator especial de la ONU sobre la tortura, expresó su profunda preocupación por las condiciones de su detención y dijo que “la arbitrariedad evidente y sostenida demostrada tanto por el poder judicial como por el gobierno en este caso, sugiere un abandono alarmante del compromiso del Reino Unido con los derechos humanos y el Estado de derecho. Se está ofreciendo un ejemplo preocupante, reforzado por la reciente negativa del gobierno a llevar a cabo la tan esperada investigación judicial sobre la participación británica en el programa de torturas y entregas extraordinarias de la CIA”.
Kenneth Roth, de Human Rights Watch, ha señalado muy seriamente respecto al caso Assange que “muchos de los actos detallados en la acusación son prácticas periodísticas estándar en la era digital. La forma en que las autoridades del Reino Unido respondan a la solicitud de extradición de Estados Unidos determinará la gravedad de la amenaza que esta acusación representa para la libertad de los medios globales «.
Mientras Assange se pudre en Belmarsh, ¿cómo se atreve el secretario de Asuntos Exteriores británico a abusar de su cargo pretendiendo preocuparse por la libertad de prensa?
Aplaudo la estrategia de un Día Mundial de la Prensa. Es una forma de pensar en todos los periodistas de todo el mundo que sufren personalmente por su profesión a través de la represión, la prisión, la tortura y la muerte. Simplemente porque hicieron su trabajo revelando hechos incómodos.
Cuando pensamos en la represión a los periodistas, evocamos automáticamente tierras extranjeras: Arabia Saudí, Irán, Turquía, Egipto. Sin embargo, raramente evocamos o recordamos a nuestros propios disidentes.
Julian Assange es uno de ellos.
Peter Oborne fue nombrado periodista independiente del año 2016 por Online Media Awards. Fue asimismo galardonado como mejor comentarista-bloguero en 2017. Y, para British Press Awards, fue el columnista del año 2013. Dimitió de su puesto como principal columnista político del Daily Telegraph en 2014. Entre sus libros destacan: «The Triumph of the Political Class», «The Rise of Political Lying» y «Why the West is Wrong about Nuclear Iran».
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández