Europa al borde del abismo:De la Nueva Guerra Fría a un paso de la Tercera Guerra Mundial entre la OTAN, Ucrania y Rusia
No resulta fácil hablar del conflicto que se ha dado en las últimas semanas en la frontera ruso-ucraniana, dado que se trata de una región de la que, en pocas ocasiones, nos llegan noticias y de la que no se nos enseña, en profundidad, su historia. Los medios occidentales, como siempre, achacan todos los problemas a la maldad innata de Vladimir Putin, no dejándole más remedio a la OTAN que intervenir, pero de sobra sabemos que estos análisis simplistas que rezuman a propaganda, lejos de acercarnos a la verdad, nos confunden y alejan de ella.
Breve historia de Ucrania y Rusia
Para entender el origen del conflicto, Pere Ortega (Centre Delàs d’Estudis per la Pau) propone en un artículo de El Salto analizar las turbulencias históricas que ha atravesado Ucrania en su historia. No debemos olvidar que Ucrania y Rusia son dos países que se han encontrado unidos desde su creación[1], si bien Ortega no se remonta tanto y comienza su análisis con las hambrunas de 1932 –producidas después de que Stalin confiscara las cosechas ucranianas, matando de hambre a millones de personas y deportando a diversas minorías– como origen del gran resentimiento entre la población ucraniana hacia Rusia. Esto desencadenó, durante la Segunda Guerra Mundial, un colaboracionismo entre grupos nacionalistas ucranianos con los ejércitos de la Alemania nazi para exterminar a millones de prorrusos. Finalizada la contienda, la población tártara de Crimea fue desplazada por colaborar con el nazismo y la zona fue repoblada por población rusa, que a día de hoy permanece allí, manteniendo intactas sus tradiciones. Unos años después, en 1954, Nikita Jrushchov decidió regalar de forma arbitraria Crimea a Ucrania, sin pensar que algún día la URSS podía colapsar y desintegrarse y que Ucrania se convertiría en una república independiente.
La expansión de la OTAN hacia el Este
Desde la caída de la URSS, la obsesión de Estados Unidos siempre ha sido expandirse hacia el Este europeo. Una maniobra que, si ocurriera en su patio trasero, jamás la toleraría[2]. El periodista John Wojcik explica en un artículo en People’s World que en 1999, la OTAN—contraviniendo las promesas realizadas tras el fin de la Guerra Fría—inició su propia “invasión”, expandiéndose a Polonia y la República Checa. Rusia, hundida económicamente, no pudo reaccionar. Esta debilidad propició que en 2004 vieran vía libre para asentarse en las repúblicas bálticas de Estonia, Lituania y Letonia (antiguas repúblicas soviéticas).
El hecho de que muchos de estos gobiernos no respetan los derechos humanos, han ilegalizado a sus Partidos Comunistas y prohibido enseñar el papel que sus Estados mantuvieron durante el Holocausto –lo cual es absolutamente ilegal, de acuerdo con la legislación de la UE– no parece importar a Occidente.
En abril de 2008 se celebró la Cumbre de Bucarest, en la cual la OTAN inició conversaciones para que Ucrania y Georgia formaran parte de la alianza en un futuro no muy lejano. Unos meses después, en agosto de 2008, un envalentonado Saakashvili, presidente nacionalista de Georgia, se lanzó a conquistar el enclave de Osetia del Sur, independiente de facto desde 1992, y a reclamarlo como propio. El senador estadounidense John McCain viajó hasta Georgia para apoyarle. La operación militar se tradujo en la muerte de unos 2.000 civiles y en el desplazamiento de 158.000 refugiados. El ejército ruso intervino y frenó el intento de invasión –matando a unos 3.000 militares georgianos y unos 180 civiles– entendiendo que se trataba de una maniobra de Occidente para aislar a su país y tomar control de una región estratégica rica en materias primas.
Países europeos de la OTAN (extraído de NPR)
El Euromaidán (2013-2014)
De aquí damos un paso de gigante a los años 2013 y 2014, cuando se producen las protestas del Euromaidán –la denominada Revolución de la Dignidad–, impulsadas por Estados Unidos, la Unión Europea, el grupo ultra-nacionalista de ultraderecha Pravy Sektor, el partido fascista Svoboda y la Iglesia Ortodoxa Ucraniana. Dichas movilizaciones comenzaron en noviembre de 2013, en la Plaza del Maidán[3], después de que el presidente prorruso Yanukóvich suspendiera el Acuerdo de Libre Comercio con la UE. La diferencia en los apoyos brindados a los manifestantes nos muestra la profunda división de la sociedad ucraniana: en Kiev y el oeste de Ucrania más del 75% de la población estaba de acuerdo con integrarse con la UE, mientras que en el este y en Crimea las partidarias de esta idea no llegaban ni al 20%, pues preferían crear una unión aduanera con Rusia.
En diciembre de 2013, de nuevo, el senador estadounidense John McCain viajó a la Plaza del Maidán para mostrar su apoyo a los manifestantes y pedirles que no cesaran en sus esfuerzos por aislar a Rusia y abrazar a Occidente. Y así lo hicieron, con protestas cada vez más violentas, tras una escalada de agresividad que comenzó en enero de 2014, que terminaron por saldarse con 82 manifestantes y 7 policías muertos (la mayoría en el mes de febrero) y unos 140 encarcelados. A finales de febrero, Yanukóvich y la oposición llegan a un acuerdo, con la mediación de tres ministros de Exteriores de la UE (RadosÅ‚aw Sikorski, de Polonia, Laurent Fabius de Francia y Frank-Walter Steinmeier de Alemania) para formar un gobierno de coalición, elecciones anticipadas y volver a la Constitución de 2004 para frenar la violencia. Sin embargo, Yanukóvich no ratificó los acuerdos y huyó del país.
El Euromaidán terminó por forzar la destitución de Yanukóvich, el establecimiento de un gobierno interino de extrema derecha y, tras la celebración de unas elecciones que fueron boicoteadas en las regiones prorrusas, comenzó la presidencia del millonario Poroshenko, quien dio pasos para acercarse a la UE y a EEUU –el entonces vicepresidente Joe Biden viajó a Kiev para apoyarle–. Según el periódico anarquista ucraniano Assembly, “el nuevo régimen no inició reformas anti-sociales, sino que profundizó en las que habían comenzado tiempo antes. Aumentó la desigualdad entre clases sociales y términos como “capitalismo”, “neoliberalismo” y “nacionalismo” han cobrado una nueva importancia en Ucrania”.
El cambio de gobierno, asimismo, conllevó la ilegalización del Partido Comunista de Ucrania y otras formaciones de izquierdas, así como la pérdida de la cooficialidad del idioma ruso, afectando a un 40% de rusoparlantes en el país, así como a las minorías húngaras y rumanas.
La anexión de Crimea y la Guerra del Donbás
Rusia no se quedó de brazos cruzados durante el Euromaidán, sobre todo teniendo en cuenta que la región oriental del Donbás (Luganks y Donnetsk) y el sur de Ucrania, junto a Crimea, son de población mayoritaria rusa. Además, en Crimea, Rusia tiene en Sebastopol una base militar vital para los intereses de su armada desde donde tiene acceso al Mediterráneo. Por ello, en marzo de 2014 Rusia decidió “anexarse” Crimea (donde el 90% de la población es rusa), lo cual no requirió una invasión, sino únicamente bloquear las fronteras y establecer checkpoints.
Esta anexión supuso una violación del Memorándum de Budapest, en el que en 1994 el presidente ruso Yeltsin se comprometió a respetar la soberanía ucraniana a cambio de su desnuclearización. Pero se debe recordar que la OTAN hizo lo mismo en Kosovo y EEUU en Iraq. Por tanto, es de un enorme cinismo acusar a Rusia de violar la legalidad cuando EEUU lo ha hecho en innumerables ocasiones en el pasado.
Por su parte, en las regiones del Donbás, las manifestantes contra el nuevo gobierno fueron en aumento, con invasiones de edificios oficiales para retirar banderas ucranianas e izar la rusa. A principios de abril de 2014 se proclamaron las Repúblicas Populares de Donetsk y Járkov. El ejército ucraniano respondió mediante el uso de la fuerza y poco después estalló una guerra entre milicias prorrusas y el ejército regular ucraniano, del cual numerosas unidades se encuentran bajo el control de grupos fascistas y neonazis, como lo es el Batallón Azov.
Neonazis del Batallón Azov, integrados en el ejército ucraniano
Dicha guerra no ha terminado a día de hoy, si bien en el momento en el que escribimos estas líneas se encuentra en un alto el fuego. Se calcula que en la misma han intervenido 64.000 soldados del ejército ucraniano –de los cuales han fallecido o resultado heridos unos 4.150– y unos 45.000 milicianos de las Repúblicas Populares de Luganks y Donnetsk, así como del pseudoestado conocido como Nueva Rusia –con unas 5.700 bajas–.
Por tanto, afirmar que en Ucrania «podría estallar una guerra» supone ignorar el hecho de que la región lleva en guerra desde hace más de 7 años. La amenaza actual consistiría, así, en la escalada del conflicto y/o la entrada de nuevos actores internacionales.
Los acercamientos de Ucrania a la OTAN
En el año 2017, Ucrania volvió a solicitar formalmente entrar en la OTAN. Y, después de que en 2019 ganara las elecciones el derechista Zelensky –de familia rusoparlante, pero ferviente nacionalista ucranio– sus esfuerzos por formar parte de la alianza han ido en aumento.
Pero esto, desde luego, no se ve con buenos ojos por parte de Putin. Al fin y al cabo, no es lo mismo que las pequeñas repúblicas bálticas se unan a la OTAN, a que lo haga un país con el que comparte 2.300 kilómetros de frontera y en el que buena parte de sus habitantes son cultural e idiomáticamente rusos. Y esto es algo que, curiosamente, han entendido Francia y Alemania, que nunca han estado de acuerdo con que Ucrania se incorporara a la alianza, precisamente para no inquietar a Rusia.
Explica Miguel Vázquez Liñán en El Salto sobre los miedos de Putin que «para el Kremlin, la Federación Rusa se encuentra rodeada de enemigos que trabajan con ahínco para conseguir desmembrar el país, enemigos que temen a una Rusia fuerte y unida (el nombre del partido de Putin, Rusia Unida, no es casual) que juegue un papel de liderazgo en las relaciones internacionales. Desde esta perspectiva, la oposición política no sería más que la prolongación de esos enemigos en el interior del territorio ruso: la quinta columna; el caballo de Troya “occidental”. Este criterio ha servido eficazmente al Kremlin para condenar, por ejemplo, a Pussy Riot, al opositor Alexéi Navalny, a grupos de jóvenes anarquistas o a organizaciones memorialistas y de derechos humanos como Memorial: para el Kremlin son acciones orientadas a luchar contra la influencia externa (occidental), convertida así en la justificación de cualquier cosa que sirva para el objetivo político más evidente que parece tener el líder ruso: perpetuarse en el poder«. A este listado le añadiríamos la persecución de personas LGTBiQ y de periodistas críticos con el régimen.
La reacción rusa y los tambores de guerra en Occidente
En el año 2021 Putin ordenó el despliegue de 100.000 soldados rusos a la frontera ucraniana. Una forma sutil de reclamar que no se amenacen sus fronteras. En una conferencia que dio el pasado mes de diciembre, recordó que “Occidente había roto desvergonzadamente la promesa que hizo en la década de los 90 de no expandirse hacia el Este”. Posteriormente, le envió dos borradores de acuerdo a EEUU en los que Moscú exige detener la expansión de la OTAN hacia Europa del Este (incluyendo Ucrania y Georgia), devolver a las fuerzas armadas de la Alianza al lugar donde estaban estacionadas en 1997 y el compromiso de que ni EE UU ni Rusia desplieguen misiles de corto o medio alcances fuera de sus territorios. Tanto para Washington como para la OTAN, las demandas rusas son “inaceptables”.
Convoy del ejército ruso en Crimea, en enero de 2022
Y es con esta situación con la que, a comienzos de 2022, las potencias occidentales –principalmente Estados Unidos y Reino Unido– empiezan a alertar que las provocaciones rusas nos pueden conducir a una guerra. Un conflicto bélico que, en definitiva, viene provocado por la UE, que ha actuado con manifiesta mala fe, intentando que Ucrania se incorporara a su bloque económico; por el imperialismo de Estados Unidos, que deseaba su entrada en la OTAN; y por el empeño de Rusia, que no piensa abandonar unos territorios que considera por historia suyos.
Por su parte, el gobierno español, que no olvidemos que es el más progresista de la historia del universo, anunció que ayudaría a Ucrania, a EEUU y al Reino Unido en caso de guerra y mandó unos aviones Eurofighters a Bulgaria y la incorporación de la fragata Blas de Lezo a la flota de la OTAN que navegará por el mar Negro. Unas declaraciones inquietantes por parte del Ejecutivo español que, en vez de seguir la línea más prudente de Francia y Alemania, ha escogido la beligerencia estadounidense de la Administración Biden. Y es que, en lugar de reconocer y compensar los errores cometidos en el camino, la arrogante incapacidad de los líderes de EE UU y la OTAN para reconocer las preocupaciones de seguridad rusas ha precipitado la crisis de Ucrania. Para más críticas al gobierno, nos remitimos al artículo «A nuestros políticos les gusta la guerra: ridículos, serviles, provocadores e irresponsables«, publicado por Pedro Costa en El Salto.
Por otro lado, en Europa, la extrema derecha se encuentra absolutamente dividida con esta cuestión. Algunos de sus líderes apoyan a Rusia, otros a la OTAN. Explica Antonio Maestre en un artículo en La Marea que el ultraderechista húngaro «Viktor Orban, a pesar de que Hungría esté en la OTAN, es un aliado de Vladimir Putin. Es su máximo aliado para vetar la posible incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica aludiendo a la represión que, en palabras de Orban, sufre la minoría húngara en Ucrania obligada a escolarizarse en ucraniano. También por los intereses comerciales, ya que Hungría es competidor directo de Kiev como país de tránsito del gas ruso al tener perspectivas de conectarse al gasoducto Turks Stream que unirá Rusia con Europa eludiendo Ucrania. Por otro lado, Mateusz Morawiecki sufre las acometidas de Rusia en sus fronteras con Bielorrusia, con ataques de guerra híbrida y el aumento de la crisis migratoria intencional que Lukashenko provocó para presionar a Varsovia. No son las únicas posiciones antagónicas que laten en los posfascistas, ya que Marine Le Pen apoyó la anexión de Crimea a Rusia. La incoherencia que late en VOX tiene un difícil sistema de contrapesos reflejo de las herencias políticas del pastiche que anida en la formación posfascista. Atlantistas y prorrusos viven en el partido en aparente placidez, pero hay mucho más. La pulsión entre goblalismo y soberanismo es la que lleva a un sector del partido a defender el nacionalismo ruso como parte indispensable de sus postulados teóricos«.
Ni guerra entre pueblos, ni paz entre clases
Pese a los tremendos fiascos que supusieron las invasiones militares de Iraq (2003) y Afganistán (2001) –la destrucción de países enteros, la desestabilización de la región y la pérdida de credibilidad del imperio estadounidense– dos décadas después nos vemos con una situación parecida a la de la foto de las Azores. La alianza de Bush, Blair y Aznar ahora es de Biden, Johnson y Sánchez.
Estamos ante un caso de expansionismo militar, que no se ahorra un discurso chulesco e imperialista, que fuerza una crisis para acorralar y humillar al contrario. Esperemos que todo se quede en una bravuconada imprudente de Biden, Johnson y Sánchez (los tres en horas bajas en lo que a su popularidad se refiere) y no en el inicio de un conflicto bélico de dimensiones increíbles.
Quién sabe, quizás dentro de poco nos veamos a salir a las calles, como ya hicimos hace 19 años ante la Guerra de Iraq, a decir “no a la guerra”.