El Catalanismo político y cultural (1833-1898)

General 22 de diciembre de 2020 Por Daniel Pedrero Rosón
El catalanismo es una corriente ideológica, de opinión y de acción gestada a lo largo del siglo XIX, que participó intensamente en la vida política también durante el siglo XX. Aún en la actualidad, con cambios y evoluciones, sigue muy presente en la arena política española. En este artículo vamos a analizar el fenómeno del catalanismo en perspectiva histórica, sus orígenes y evolución dentro del marco decimonónico.

El catalanismo decimonónico
El catalanismo no fue un movimiento monolítico; una de sus características más marcadas es su variedad de tendencias. Tampoco es reducible a una clase social o a un programa político. El elemento definidor común es la lucha por la defensa de la personalidad de Cataluña y el amor a la lengua y la cultura propias. Es también un movimiento que pide la reforma democrática de España porque su visión de esta es antagónica con la del centralismo, ya que el catalanismo es, en origen, federalista.

Por lo tanto, en la esencia del catalanismo encontramos la idea de la plurinacionalidad de España. Según Josep Termes, la participación en la construcción de una España respetuosa con esta plurinacionalidad es una condición necesaria pero no suficiente para definir el catalanismo. La reforma de España es una pieza subsidiaria; la defensa de la propia identidad es un elemento esencial (Termes, 1999: 159-160).

Termes divide el catalanismo en cuatro momentos históricos. En el primero, el cual se enmarca desde el último tercio del siglo XVIII y durante el siglo XIX hasta el fracaso del intento federal populista de 1868-1873, Cataluña experimenta una notable transformación industrial. Este proceso la diferencia económicamente y socialmente del resto de España. Al mismo tiempo, buena parte de sus clases populares definen un particularismo catalán anticentralista. Aparece, además, la recuperación del pasado histórico como fundamento de los derechos de Cataluña.

En la segunda fase, entre la Restauración de 1875 y la crisis española de 1898, el incremento de la industrialización catalana hace nacer una Barcelona capital y motor de Cataluña. Esta deviene una rival de la Madrid capital de la política. De este modo, se establece un dualismo cultural peninsular entre Madrid y Barcelona. Los intelectuales orgánicos de la nación crean una nueva doctrina, haciendo aparecer el nacionalismo doctrinal. Surge la «politización apolítica». Es necesario agruparse socialmente, pero el marco institucional de la Restauración y la realidad decadente y caciquil de España no lo hacen posible. Tampoco deseable ante una corrupta política parlamentaria, electoralista y vacía. Crear centros y acceder a las instituciones públicas es el objetivo. El catalanismo penetra en los núcleos de la aristocracia cultural obrera y el modernismo es un símbolo de cambio.

El modernismo puede definirse como un movimiento cultural surgido entre las últimas décadas del siglo XIX e inicios del siglo XX, casi en oposición al Novecentismo (Noucentisme), como una forma opuesta de reaccionar a lo que estaba sucediendo en el contexto de esa época. Sin embargo, más allá de para designar a la corriente artística, también se usa para designar al marco que la albergó.

Durante la tercera etapa, nacida con la crisis de 1898 y finalizada con la caída de la monarquía en 1931, se articulan los partidos, de derechas y de izquierdas, sobre la base doctrinal del nacionalismo doctrinario-institucional anterior. Nacen los partidos catalanistas. Desde entonces, para hacer política en Cataluña hubo que adaptarse al hecho de que Cataluña crea sus cuadros políticos y escoge, al margen de Madrid, a sus representantes. El Noucentisme es una manera de hacer política y vertebrar el territorio. Aparece, además, un separatismo popular, minoritario, alrededor de la guerra europea.

Finalmente, en la cuarta y última fase, durante los años de la II República y la Guerra Civil, culmina el proyecto anterior con la aparición de los partidos obreros que han asumido la cuestión catalana. Desde este momento, todos los grupos sociales y todas las doctrinas ya están presentes en el abanico político catalán. Desde sectores de la Iglesia Católica hasta el obrerismo radical se integran en el movimiento.

Contexto histórico general
A finales del siglo XVIII la sociedad empieza a romper las barreras ilustradas. El Romanticismo aparta racionalidad y el gusto neoclásico, propio de la Ilustración, para dar valor al arte medieval. Y lo hará, en buena parte, con la intención de buscar los hechos diferenciales de los diversos pueblos.

Según Josep Fontana, este cambio que se asocia normalmente al Romanticismo se expresa también en otros terrenos. Hará que la cultura catalana se interprete, en base a este movimiento, como un producto de una herencia histórica, de una evolución social y económica y de unos planteamientos colectivos diferenciados. La preocupación por el reencuentro del “espíritu popular” hará que se inicie la búsqueda de referentes. En este caso, cuentos o canciones que nutrieran el repertorio de elementos del nuevo arte que se proponía la sociedad catalana de la época (Fontana, 1989: 417-418).

Otro aspecto de cambio que es necesario mencionar es la repercusión de todas estas cuestiones sobre otras como la arquitectura y el urbanismo. Existía la voluntad de construir nuevas ciudades, abiertas al mundo y que invitaran a ser visitadas. Barcelona se convertirá en el gran exponente catalán de esta voluntad. Fue a mediados del siglo XIX cuando se procederá a derribar las antiguas murallas. Y, con ello, a urbanizar plazas, paseos y jardines espaciosos para uso y disfrute de toda la población. Además, se construirán los dos edificios que, según Fontana, simbolizan las nuevas funciones de la ciudad y el papel creciente que la menestralía y las capas populares tienen en la vida social de los nuevos tiempos: los mercados y los teatros. Todas estas obras de mejora y saneamiento se pudieron realizar, en parte, al aprovechamiento de los solares de los antiguos conventos e iglesias desamortizadas (Fontana, 1989: 422).

 Fachada del Gran Teatre del Liceu a finales del siglo XIX (Desconocido) | Wikimedia
Para Fontana, la ciudad se adaptó a las exigencias de la sociedad cambiante. Y ese cambio no vino no por voluntad de la política o del urbanismo. Los cambios fueron lentos, pero supondrán una gran mejora para la población. Si nos remitimos a Barcelona, por ejemplo, algunos de los proyectos importantes para el casco histórico fueron la finalización de la Rambla, el Pla de Palau, el derribo de las murallas, la demolición de la antigua Ciutadella militar ―obra de Felipe V y regalada a la ciudad por el General Juan Prim―, la construcción de los mercados, la urbanización de la Plaça Reial, el Gran Teatre del Liceu, etc.

Estos son cambios que ligan con la formación de la nueva ciudad industrial y burguesa. Pero también con el papel creciente de las capas populares, que han ganado espacio para el ocio y la movilización política. A día de hoy estas reformas urbanas serían impensables según los criterios de protección patrimonial. Pero, en el siglo XIX, respondían a la mentalidad para con el patrimonio de la época y a la necesidad de crecimiento de la ciudad debido a la expansión de la industria en la zona.

La industrialización, más potente en Cataluña que en otras zonas del país, empezó a acelerarse a partir del año 1833. En parte, a causa de la entrada de la primera máquina de vapor. Este hecho significa la transformación de la vieja industria tradicional ―las indianas― en una industria moderna. Algunos núcleos urbanos catalanes se dotan de una trama industrial que la diferencia del mundo agrario, que es el dominante en el resto de España, con algunas excepciones.

Desde el momento en que se produce la centralización, se desencadena un fenómeno contrario que diversifica Cataluña. La lengua que ya existía no solo no desaparece, sino que empieza a ser potenciada como vehículo intelectual.

Orígenes y desarrollo del catalanismo
 Manuscrito de La Pàtria de Bonaventura Carles Aribau | Biblioteca de Catalunya
Siempre se ha dicho, y es un punto en el que coinciden muchos historiadores y filólogos, que la Renaixença de la lengua y la literatura catalanas es un proceso que se inicia en el año 1833 con la publicación de la Oda a la pàtria de Bonaventura Carles Aribau. Este proceso ascendería rápidamente con la obra de Rubió i Ors, la restauración de los Jocs Florals en 1859 y la renovación del teatro catalán. Su culminación fue la obra de Jacint Verdaguer. En todos los libros de texto editados para las escuelas e institutos se coincide en que es así como nace esta etapa de la cultura catalana después de una época de gran decadencia. Decadencia, además, causada mayoritariamente por un eclipse de la lengua y la literatura castellana. Pero, ¿y si no fuera así?

Josep Fontana va más allá y matiza esta imagen simplista mediante la exposición de unos “iniciadores” anteriores a Aribau. Uno de ellos sería Antoni Puigblanch, autor de Les comunitats de Castella (1823), el anónimo autor del poema Lo temple de la glòria (finales del XVIII – inicios del XIX) y otros poetas varios que dejaron sus escasas obras. Àlvar Maudell también suma 253 títulos aparecidos entre 1801 y 1833 en todos los territorios de habla catalana, 170 de los cuales fueron publicados en Cataluña (Fontana, 1989: 429-430).

Albert Rossich niega el término de “decadencia” debido a que este es condicionado, entre otros, por un reduccionismo lingüístico-geográfico, por los prejuicios estéticos y por una selección de los puntos de comparación más desfavorables con otras literaturas. Según él, el término “decadencia” es tendencioso, confuso y esterilizador (Rossich, 1997: 129-131). Por lo tanto, analizando su artículo se podría llegar a la conclusión de que no se puede bautizar una época con el nombre de “Renaixença” cuando la lengua y la literatura nunca murieron, sino que siempre hubieron sobrevivido aún con las dificultades padecidas. Igualmente, Fontana no encuentra lícito llamar a este hecho “Renaixença” e identificarlo con el resurgimiento de la lengua y la cultura catalanas. Lo entiende más bien como un retorno tímido de cultivadores de la cultura castellana a la lengua catalana. Considera, no obstante, que estos la habían abandonado desde hacía tiempo (Fontana, 1989: 440).

Además, Fontana tampoco encuentra fundamentos en esta tradición ya que, hacia 1860, cuando se supone que el movimiento de recuperación llevaba más de veinticinco años activo, el cultivo “literario” del catalán no pasaba de ser una actividad marginal de un pequeño grupo de “lletraferits diglòssics” ―tal y como él mismo los llama―, que escribían poesía en un catalán arcaizante, pero que reservaban el castellano para sus actividades culturales más ambiciosas (Fontana, 2019: 305).

 Retrato de Bonaventura Carles Aribau en 1844 (Joaquim Espalter) | Wikimedia
Se ha elegido a Aribau como fundador de la Renaixença catalana. Pero sus cartas, incluso las dirigidas a amigos catalanes, las escribía en castellano. También hay que tener en cuenta que La Pàtria surgió a partir de un compromiso colectivo de escribir versos en distintas lenguas. Con ellos pretendía felicitar a su patrón, el banquero Gaspar Remisa. Su uso del catalán es casi anecdótico. Como él mismo explica a un amigo, “a mí me ha tocado el catalán” (Fontana, 2019: 305). Además, publicaba en castellano todos sus artículos y fue director de la Biblioteca de Autores Españoles. En ella, nunca pensó en dedicar un espacio a la literatura catalana del pasado, la cual hasta Fontana defiende que sería dudoso que conociera.

Por lo tanto, la participación de Aribau en el despertar de la literatura culta catalana podría limitarse al ejercicio meramente filológico que representa La Pàtria. Según Fontana, el rasgo más señalado de la catalanidad de Aribau no se tiene que buscar en sus versos, sino en su acercamiento a los intereses de Cataluña en los últimos años de su vida y en su retorno a Barcelona (Fontana, 1989: 430-431).

Puede afirmarse que la mayoría de los literatos que se consideran padres de la Renaixença no tenían el catalán como lengua principal de su vida cotidiana. Probablemente tampoco lo hablasen en su espacio doméstico ―si no era con las criadas―, ni tampoco en familia. Hacían poesía en catalán, pero incluso entre ellos se comunicaban en castellano (Fontana, 2019: 305).

En 1833, muerto Fernando VII, se inicia un proceso histórico, político, cultural y social que configura una nueva realidad catalana. Esta llega, en buena medida, hasta nuestros días. A diferencia de Europa, que con el paso de los siglos fue perdiendo muchas lenguas diferenciadas como consecuencia de la desaparición del mundo latino y eslavo, sobre todo durante el siglo XIX, en Cataluña pervive la lengua. Y, en buena medida, lo hará porque fue, como dice Termes, exclusivamente la lengua del pueblo. Para buena parte de la población, el catalán era la lengua de uso diario, aquella que configuraba su identidad. Mantendrán la lengua aun con la castellanización de la aristocracia y las letras durante la Edad Media y Moderna (Termes, 1999: 145-146).

Para Fontana, en la misma línea que Termes, el catalán había sido considerada una lengua de criados y campesinos, propia de las clases populares. Ocurriría justo lo contrario con el castellano, como nos muestra Rosa Congost. Mientras el catalán se había perdido por la cultura patricia, la fidelidad de las capas populares a su lengua era indiscutible (Fontana, 2019: 305-306).

Es entonces cuando la nueva corriente europea del Romanticismo irrumpió en Cataluña y en el resto de  España, incitando al (re)descubrimiento del pasado, de los castillos, de las ruinas, de la acción del hombre individual contra la sociedad. Es, como dice Termes, una entrada de nuevas corrientes culturales que ayudan a reavivar el catalán entre pequeños núcleos de gente de cultura. Se convierten en momentos clave la restauración de los Jocs Florals (1859) y la aparición de una prensa en catalán, como L’Esquella de la Torratxa, La Campana de Gràcia o El Diari Català (Termes, 1999: 146).

 Jocs Florals de inicios del siglo XX en el Palau de Belles Arts del Saló de Sant Joan de Barcelona (Desconocido) | Wikimedia
El catalanismo cultural
Históricamente, el catalanismo se estructura, en primer lugar, como un movimiento cultural durante la Renaixença. Se trata, en principio, de un marco en el que se intenta recuperar el prestigio social de la lengua y la cultura catalana, después de siglos de diglosia, con iniciativas como la de la restauración de los Jocs Florals en 1859.

La Renaixença
En el inicio de la primera etapa del catalanismo, la lengua catalana había sobrevivido como lengua coloquial y como lengua escrita. Es por eso que se puede encontrar en libros de religión, en romanceros, en los papeles de las casas de comercio, en los registros notariales, etc.

Es en este momento cuando la historia aparecerá como una preocupación de los eruditos y del pueblo. Comienza un proceso de vuelta sobre la historia que redescubrirá y mitificará un autogobierno pasado. Este historicismo romántico es divulgado mediante el folleto histórico. Al mismo tiempo que surgía la poesía trovadoresca y los Jocs Florals, aparecerá, también, un teatro “defensor del català que ara es parla”, contrario a los arcaísmos inevitables de la escuela jocfloralesca. Además, la prensa se catalaniza.

Según Termes, el catalanismo cultural se popularizará mediante el teatro y la poesía. El teatro catalán llegó a todas las capas sociales. Al mismo tiempo que sirvió para dignificar la lengua. La poesía y la novela también ayudan en el proceso nacionalizador, pero son de lectura individual. El teatro, en cambio, es una actividad social (Termes, 1999: 241), que sirve para crear comunidad. El papel del teatro, que arrancaba de precursores como Josep Robreño y Francesc Renart i Arús, resultó esencial. Hubo un crecimiento del teatro catalán representado en locales comerciales de los que se sabe poca cosa, porque, según Fontana, los críticos de la época ―que lo menospreciaban―, no se molestaron en hablar de él. Por ejemplo, en el Diari de Barcelona solían ocuparse del Liceu y del Teatre Principal (Fontana, 2019: 306).

El Modernismo
Desde los años sesenta hasta finales de los noventa del siglo XIX la sociedad catalana se transforma radicalmente. Se abandona progresivamente el romanticismo liberal, que deja paso al positivismo. En esos momentos, la sociedad se configura marcada por los rasgos característicos del siglo XIX europeo occidental. El Romanticismo trajo una visión y concepto del pueblo como agente histórico. Es aquí cuando se produce la gestación del catalanismo político y cultural. Nace la pretensión de poner la sociedad y la cultura catalana en contacto directo con los nuevos fenómenos europeos, que es lo que será el Modernismo.

Para Termes, la esencia del periodo modernista es la vertebración de un catalanismo nuevo que incorpora ideas de procedencia muy variada. Se hará Cataluña haciendo geografía, desarrollando el excursionismo, creando ateneos, haciendo teatro, etc. Afirma que este catalanismo se hace al margen de la política de partidos, remarcando la idea esencial que el país debe renacer. Según este autor, lo hace mediante dos caminos: el del progreso y el de la tradición (Termes, 1999: 228-229).

Por lo tanto, se combinará la continuidad con la modernidad. La originalidad de este catalanismo es que combina la modernidad del cambio industrial, político y cultural con la tradición de la lengua, de los símbolos del pasado. La modernidad es el eje central, y esto quiere decir que buscan cambiar la sociedad. Pero, al mismo tiempo, esta transformación se hace a partir de un cierto amor al pasado, como una plataforma ideal de valores y sentimientos.

La lengua
En el aspecto lingüístico, según Termes, los modernistas aspiraron una ortografía uniforme, un idioma moderno distinto a la versión más arcaizante que utilizaban los primeros grupos de La Renaixença y que prevalecía en los Jocs Florals. No querían el uso del catalán medieval, sino utilizar aquel idioma tal y como hubiera evolucionado si no hubiera estado abandonado durante los siglos XVI, XVII y XVIII como idioma de cultura (Termes, 1989: 84).

Joan-Lluís Marfany va más allá cuando dice que los catalanistas vieron la necesidad de “nacionalizar” la lengua. Es decir, depurarla y purificarla para que acabara siendo lo más diferente posible a la lengua castellana en todo. Hasta se llegó al extremo de defender la anarquía ortográfica. Para Marfany, la lengua nacional sería propiamente inventada, pero no sin la intervención decisiva de las nuevas instituciones catalanas. Y, aun así, el proceso sería lo suficientemente largo como para que aún no haya finalizado (Marfany, 1995: 346-352).

El asociacionismo
 Fundadores de la Associació Catalanista d’Excursions Científiques. De izquierda a derecha: Pau Gibert, Ricard Padrós, Josep Fiter, Marçal Ambròs, Eudald Canibell y Ramon Arnet (Desconocido) | Enciclopèdia.cat
La difusión del catalanismo se hará, sobre todo, mediante la creación de nuevas instituciones. El Modernismo será, como dice Termes, la época del asociacionismo (Termes, 1999: 242). Habrá asociaciones de librepensadores, de estudiosos del arte religioso, de excursionistas, etc. Las excursionistas se enfocarán sobre todo en la recuperación del folklore como identidad de país. En este ámbito habrá personas de todo el abanico ideológico. Desde Valentí Almirall, hasta conservadores y anarquistas. Se fundará así, en 1876, la Associació Catalanista d’Excursions Científiques. Algunas de las asociaciones excursionistas creadas serán agrupaciones nacionalistas-excursionistas, ya que se consideraba que las dos facetas eran inseparables. Tal y como afirma Marfany, ir de excursión era hacer catalanismo (Marfany, 1995: 294).

Termes remarca un hecho importante, la existencia de innumerables personas que pretendían recuperar el pasado y el conocimiento del propio territorio (Termes, 1999: 152-153). Además, nace una sociedad civil donde comulgó gente de todo tipo y que se unirá por la catalanidad. En mucho caso, en el ámbito político estuvieron enfrentados. También habrá colonias catalanas en el extranjero, como el Centre Català de Buenos Aires.

En el ámbito privado, Termes hace una especial mención al Ateneu Barcelonès. Este, en la década de 1880, se convertirá en un difusor del progresismo racionalista. Este establece un correlato entre la modernización de la sociedad y lo que debe ser la modernización de la cultura y de las ideas (Termes, 1999: 243). El tumbo esencial del Ateneu Barcelonès se produce en 1895 con el discurso inaugural del curso hecho por Àngel Guimerà sobre la lengua catalana. Es a partir de la presencia de Guimerà que puede afirmarse que el catalanismo entra definitivamente en el Ateneu. Por otro lado, también se catalanizan los casinos y los ateneos comarcales y de barrio. Son los mismos ateneos obreros los que, a un nivel más modesto, difunden la cultura científica de la época y ayudan a popularizar la nueva literatura catalana, de manera especial el teatro.

El Ateneu Barcelonès tenía una biblioteca con más de seis mil volúmenes y estaba suscrito a 42 diarios y a 79 revistas. Biblioteca, diarios, tertulias y debates serán los ejes alrededor de los cuales girará la vida ateneística. Hasta 1889 toda la vida pública se hacía en castellano, estaba prácticamente prohibido hablar de política y, especialmente, de “regionalismo”.

 Cabecera de La Gramalla, órgano oficial de la Jove Catalunya | Fundació Lluís Domènech i Montaner
En 1870 ya se había creado la Jove Catalunya, una asociación patriótica de carácter no partidista donde convivía gente de procedencia muy diversa. Será una de las primeras entidades donde aparecerán los términos “catalanista” y “catalanismo”. Sus revistas, La Gramalla y, sobre todo, La Renaixença, tuvieron un papel destacado en la evolución y consolidación del catalanismo. La Jove Catalunya buscará la colaboración de escritores mallorquines y valencianos. Las revistas catalanas se dirigirán a todos los escritores que utilizasen el catalán. Lo hicieron independientemente de que fueran catalanes, baleares o valencianos. No obstante, tenían el convencimiento de la existencia de una comunidad histórica y federativa, que derivaba del rey En Jaume, pero, sobre todo, de una comunidad cultural y lingüística (Termes, 1999: 243-244).

Se realizaban muchas conferencias pedagógicas y culturales en estos ateneos. La forma más típica de actividad social de los catalanistas era la “velada literario-musical”. En este tipo de actos se mezclaban los discursos, la lectura de versos y prosas literarias. También la interpretación de piezas instrumentales o cantadas. Todas las agrupaciones, asociaciones y centros, de Barcelona o de comarcas, seguían siempre un programa muy parecido. Pero estas actividades no eran exclusivas de la sociedad barcelonesa. Pueden encontrarse otras en ciudades como Terrassa, Sabadell, Sant Feliu de Guíxols, Montblanc, Mataró, etc. Estas solían consistir en recitales de música “clásica” y lecturas de poesía y prosa consagrada, y siempre eran en catalán (Marfany, 1995: 271).

El arte
 Interior a l’aire lliure – Ramon Casas (1892) | Wikimedia
En el ámbito artístico-literario, el Modernismo, y en esto no solo está de acuerdo Termes, aparece entre 1892 y 1893 (Termes, 1989: 95). Sus máximos exponentes serán personajes como Santiago Rusiñol, Joan Maragall y Raimon Casellas. El clímax del Modernismo se consigue en 1893 con la tercera fiesta de Sitges, organizada al modo de los Jocs Florals. El movimiento modernista se fijará entonces un objetivo nuevo: “la nacionalización cultural”. Termes alega a este hecho la decadencia en que Barcelona se había visto sumida durante la Restauración, y la euforia que causó la Exposición Universal de 1888 entre los jóvenes.

La prensa
 Portada de La Campana de Gràcia, del primero de noviembre de 1878 | Wikimedia
En el ámbito periodístico se consolidarán los semanarios L’Esquella de la Torratxa y La Campana de Gràcia, fundados a caballo entre la Renaixença y esta nueva etapa modernista. Aparecen también las primeras revistas ilustradas en catalán, como La Il·lustració Catalana entre 1880 y 1894.

Esta prensa catalanista estaba compuesta de artículos doctrinales, noticiarios catalanistas y, sobre todo, trabajos literarios. Un ejemplo se puede encontrar con Joventut, considerada una revista puramente literaria, o L’Enderroch, que se subtitulaba “Arts. Pàtria. Democràcia”. Es así como el catalanismo y las artes se volvieron inseparables. Esta identificación, para Marfany, era debida esencialmente al modelo de comportamiento social que había creado el catalanismo, dirigido especialmente a los jóvenes. No obstante, estos constituían el grueso principal del colectivo (Marfany, 1995: 280).

A finales de siglo ya había poetas, novelistas, gente de teatro, políticos, empresarios, etc., que hacen ciencia y cultura en catalán. Por lo tanto, para Termes, la cultura catalana se fue articulando como una cultura nacional. Eso significa, ni más ni menos, que hay una cultura que se hace en catalán y que tiene unos temas de referencia que le son los propios. Hay una botánica que se aplica a las montañas catalanas, una flora, una fauna, una geología, una medicina o unas ciencias naturales que se aplican en unos campos también propios y en una lengua propia (Termes, 1999: 152).

En solo medio siglo el catalán había pasado de ser una lengua utilizada solo en los romanceros a ser una lengua de cultura y ciencia.

El catalanismo político
A parte del catalanismo cultural, el catalanismo se estructura también como un movimiento político. Si se quiere buscar una fecha para ello, puede establecerse en 1892 cuando se presentan las llamadas Bases de Manresa. Estas propugnaban la restauración de las antiguas Constitucions catalanas, unas normas aprobadas por las Corts Catalanes y que otorgaban un elevado grado de soberanía a Cataluña hasta 1714. Pero antes de esto ya se había ido formando, desde la Renaixença, un sentimiento respecto hacia esta creación política.

Para Fontana, estudiar como aparece en Cataluña una política ―la del catalanismo―, que no se dirige solo a la defensa de los intereses de la burguesía, sino que pretende hablar en nombre del conjunto de la sociedad catalana, permite entender el cambio de la lengua en que se expresan a partir de ahora los políticos (Fontana, 2019: 293). Si la vieja política de moderados y progresistas se había hecho en castellano, la nueva política del catalanismo debía haberse en la lengua de las capas populares que se pretendía movilizar. Pero para que esto fuera posible hacía falta que se hubiera producido previamente la recuperación de una lengua que la burguesía había abandonado.

La Renaixença
Ya en la década de 1830 se producen movimientos de protesta tanto en el campo como en la ciudad. Ambos expresan un rechazo hacia la centralización de España. La transformación de esta supone la centralización, la partición provincial de Cataluña y el nacimiento de gobernadores civiles, la reiteración de las prohibiciones sobre el uso y la enseñanza de las lenguas diferentes al castellano, etc.

Los catalanistas consideraban que Cataluña era dominada por gente de fuera que ni la conocía ni la apreciaba y que no hablaban la lengua propia. Es así como se podrá énfasis en el autogobierno y se insistirá en la necesidad de gobernarse con las leyes propias de Cataluña en una España hecha de una variedad de culturas, lenguas, de costumbres y diferencias basadas en la historia. La propaganda política de estos movimientos utiliza abundantemente el catalán.

El Modernismo
Termes sitúa el inicio de la segunda etapa del catalanismo con la derrota populista de 1873, y la cierra con la crisis de 1898. Un elemento central de este periodo es la desintegración de la propuesta hispánica del federalismo catalán. Todo el federalismo catalán se desintegra y solo queda el sustrato doctrinal, mientras que el partido desaparece.

Después del pronunciamiento del general Martínez Campos, el 29 de diciembre de 1874, se dio por finalizada la Primera República Española. Con ello, comenzaba la Restauración de la monarquía borbónica. En este caso, bajo una monarquía constitucional encabezada por la figura de Alfonso XII, hijo de la reina Isabel II y de Francisco de Asís de Borbón. Y, con ello, el republicanismo fue ilegalizado durante 15 años y el proyecto republicano condenado a la clandestinidad, por lo que el federalismo catalán, junto con otras formas de republicanismo, pierde fuerza y protagonismo.

En este momento, un sector de escritores catalanes evolucionará hacia una actitud de repliegue que se centra en la propia realidad catalana. Se desarrolla entonces un catalanismo que Termes etiqueta de “nacionalismo cultural”. Un precursor de esto será Roca i Farreras, uno de los primeros que habla de “nacionalisme català”. Como bien dice Jordi Llorens, “su proyecto de catalanismo progresivo es esencialmente democrático, republicano y revolucionario” (Termes, 1989: 74-75).

Valentí Almirall
 Valentí Almirall i Llozer | Wikimedia
De este periodo modernista, Termes destaca mucho la evolución de la figura de Valentí Almirall. Durante los años 1868 y 1869 había expuesto una síntesis del federalismo político. Pero durante los primeros años de la Restauración inicia un viraje doctrinal. En 1878 publica sus “Escritos catalanistas”, donde agrupaba una serie de artículos de prensa en los que abordaba el tema. En 1881 rompe con Pi i Margall i con el Partit Federal. Para entonces ya había fundado el Diari Català, donde publicará trescientos artículos a lo largo de los seis años de vida de este primer diario. En 1880 también participó en el Primer Congrés Catalanista (Termes, 1989: 75).

Fue desde el Diari Català que Almirall propuso celebrar un congreso que aplegara todos los sectores que luchaban por las libertades de Cataluña. Así pues, el 9 de octubre de 1880 se iniciaba el Congrés Catalanista. En él había inscritas más de ochocientas cincuenta personas, quinientas de las cuales fueron presentadas por el Diari Català. El congreso estuvo marcado por la división entre los partidarios de Almirall y la otra candidatura. Esta estaba protagonizada por la gente del periódico La Renaixença, que se definía como “no política”. Termes expone que la historiografía dominante lo ha presentado como un enfrentamiento entre izquierdas ―Almirall― y derechas o tradicionalistas ―La Renaixença―. Pero el fenómeno, más allá de las etiquetas, muestra la complejidad de la realidad. La tendencia favorable a Valentí Almirall se impuso, pero no consiguió convencer al grupo de los puristas de La Renaixença (Termes, 1989: 75).

 Boletín del Centre Català | ElNacional.cat
El congreso adoptó tres acuerdos principales. En primer lugar, nombrar una comisión que velara por el derecho civil catalán, en peligro de ser suprimido. Por otra parte, crear una academia de la lengua catalana, encargada de normalizar la lengua escrita. También fundar un Centre, de carácter científico-artístico, que fuera coordinador de todos los grupos que en Cataluña se mostraban favorables a las reivindicaciones catalanistas. De esta iniciativa nacería el Centre Català en junio de 1882. Este quería reunir aquellos catalanes, al margen de sus ideas políticas o religiosas, que “se interesaran por la regeneración de nuestro carácter y la mejora de la tierra reuniendo todas las fuerzas vivas de Cataluña, sin ninguna dependencia ni influencia de Madrid” (Termes, 1989: 75-76). Esta debía ser la primera organización política específicamente catalana.

Dentro del Centre Català había un núcleo de la Jove Catalunya y el sector populista de Valentí Almirall. Además de la promoción de la lengua y literatura catalanas, aspiraba a crear una plataforma de actividades, de la cual saldrá el Memorial de Greuges.

Entre 1879 y 1887 Almirall lleva a cabo una obra ingente en el campo del pensamiento político, sentando las bases doctrinales del nuevo catalanismo moderno. En este periodo creará y presidirá el Centre Català en 1882, y participará en el Segon Congrés Catalanista en enero de 1883. El acuerdo más importante del congreso fue el que condenaba la actuación de los catalanes dentro de los partidos de obediencia española y pedía que se separaran, de su dirección o de la militancia.

 Cubierta de Lo Catalanisme | Enciclopèdia.cat
La gran obra doctrinal de Valentí Almirall fue Lo Catalanisme. En ella establece las bases ideológicas del catalanismo. En esta obra presenta la oposición entre el carácter catalán y el castellano. El castellano tiene tendencia al idealismo y a la abstracción, características que lo hacen absorbente y generalizador. El catalán, en cambio, sirve para captar las realidades concretas. Los dos temperamentos opuestos son observados por Almirall en cuestiones como la decadencia. Por eso, Cataluña reacciona contra esta decadencia mediante la Renaixença. Lo que la cohesiona es la lengua, que es un vínculo superior de unidad entre catalanes. Almirall propugnará una descentralización basada en las comarcas, y no en las provincias. En las Corts Catalanes quiere una representación de comarcas y entidades económicas, más que de partidos. Su pensamiento abole el parlamentarismo imperante de aquel momento.

El carácter castellano dominante en España había originado, según Almirall, atraso e inmoralidad, y era necesario que la revitalización catalana transformara la política española. Cataluña era el factor de progreso en España, y el catalanismo sería un movimiento de fortalecimiento de la personalidad catalana y de regeneración de la vida española. Almirall utiliza los tres términos, catalanismo, regionalismo y particularismo para definir niveles o espacios distintos. El catalanismo es el movimiento que se ocupa exclusivamente de los temas de Cataluña. El regionalismo es la palabra que se hace servir para hablar de las relaciones con otras regiones de España. Por su parte, el particularismo sirve para definir los principios teóricos generales en que el catalanismo encuentra su soporte científico (Termes, 1989: 79).

Pero Almirall fue un doctrinario y fracasó como hombre de acción y de organización. Después de su oposición a la realización de la Exposición Universal de Barcelona de 1888 se retira de la vida pública. Hasta su muerte, en 1904, poco aportará a la vida política de Cataluña (Termes, 1989: 75).

El Memorial de Greuges
El acto más importante promovido por la gente del Centre Català fue la presentación al rey Alfonso XII del famoso Memorial de Greuges. Titulado Memòria en defensa dels interessos morals i materials de Catalunya, e documento fue escrito en el clima de la oposición a los tratados de comercio con la Gran Bretaña. También a causa de los intentos de unificación del Derecho Civil en España.

A iniciativa del Centre Català se celebró una reunión en enero de 1885 en la Llotja de Barcelona. Acudieron representantes de entidades económicas, políticas, culturales y profesionales de toda Cataluña. Allí se decidió ejercer el derecho de petición, elevando al rey un memorial que recapitulaba los motivos por los cuales Cataluña se sentía agraviada. Se nombró una comisión, el redactor-ponente de la cual fue Valentí Almirall. El documento tuvo un gran eco público e irritó a la clase política española, tanto por el catalanismo expuesto como por el hecho que fuera dirigido al monarca y no al Parlamento (Termes, 1989: 83-84).

El documento se presentó a los reyes el 10 de marzo. Pocos meses después moría Alfonso XII sin que la Memòria consiguiera ningún resultado positivo. Borja de Riquer concluye que el hecho del Memorial deja a la vista “la debilidad política del sistema de la Restauración en Cataluña”, y que los políticos y los partidos oficiales “no eran el instrumento para canalizar las reivindicaciones de una gran parte de la sociedad catalana” (Termes, 1989: 84).

 Cromolitografía del momento en que se hace entrega del Memorial de Greuges a Alfonso XII | Sapiens.cat
Los conflictos internos del catalanismo
En el año 1886, en el discurso inaugural de las actividades del Centre Català, Almirall describía la situación de atraso de España y la necesidad de contar con el mercado interior. El suyo no era un planeamiento secesionista, sino que miraba la recuperación que debía iniciarse desde Cataluña como un impulso para la formación de una nueva España. Después de la aparición de Lo Catalanisme ―en el mismo año―, la polémica en el interior de los grupos catalanistas se agravó. En 1887 un grupo abandonó el Centre Català para fundar la Lliga de Catalunya. Al año siguiente, mientras Valentí Almirall se oponía a la Exposición Universal, la Lliga de Catalunya le daba soporte abiertamente. Los de La Renaixença comienzan a utilizar el término “nacionalismo” para definir el catalanismo.

Sobre la desintegración del Centre Català, Marfany sostiene que se produce un cambio fundamental en el terreno ideológico. Hasta aquí el catalanismo había sido un movimiento regionalista. A partir de 1890, en cambio, ya se le empieza a dotar de una identidad nacional. Lo que se estaba produciendo dentro del catalanismo no era en esos momentos una ruptura, sino una concepción nacionalista y una vocación política. La crítica de Marfany al Centre Català es que su principal problema fue que no era demasiado político ni demasiado nacionalista, y esto hizo que en ese momento el intento de avivamiento fuera un fracaso. Lo que sostendrá Marfany es que lo que se había producido en el catalanismo fue una profunda transformación que dejaba atrás el regionalismo “almirallà”.

Se trataba de una vocación política muy inicial, pero en el trasfondo de todo esto había la voluntad de “sacar el catalanismo a la calle”. Pero, tal y como dice Marfany, el catalanismo continuaba siendo algo de carácter relativamente reducido (Marfany, 1995: 26).

El viaje de la reina regente a Barcelona, con motivo de la Exposición Universal, da lugar a la duplicación de los Jocs Florals de ese año. Hay de oficiales y de disidentes. La Lliga de Catalunya aprovechará la visita de la reina regente para dirigirle un mensaje en catalán, donde era saludada como condesa de Barcelona, al mismo tiempo que se le pedía la instauración de un sistema autonómico. Así, por un lado, el catalanismo menos político y más nacionalista intentaba conectar con el jefe del Estado mediante un puente hacia un sistema político parlamentario desacreditado, el caciquil de la Restauración. Por el otro, se tenía en cuenta el origen austro-germánico de María Cristina, recordando el relativo autonomismo del sistema de monarquía dual del Impero austríaco.

El Centre Català había quedado malherido después de la ruptura del grupo de la Lliga de Catalunya. Termes ve claro que la tradicional división que se ha hecho de hablar del Centre Català como la izquierda y la Lliga de Catalunya como la agrupación de gente conservadora, de derechas, católica, hay que matizarla, sin negarla. No obstante, era también la oposición al regionalismo laico de los primeros y el purismo nacionalista de los segundos, los “reconsagrados”. Mientras el Centre Català quería en Cataluña la cooficialidad entre catalán y castellano, la Lliga de Catalunya defendía la oficialidad exclusiva de la lengua catalana.

 Enric Prat de la Riba | Wikimedia
El Centre Escolar Catalanista, fundado en 1886 dentro del Centre Català para jóvenes estudiantes, siguió la disidencia y se adhirió a la Lliga de Catalunya. Entre ellos, Enric Prat de la Riba o Josep Puig i Cadafalch. El Centre Escolar Catalanista utilizó la palabra “nación”, considerando Cataluña patria única de los catalanes. Cuando Prat de la Riba fue su presidente, en el curso 1890-1891, inició su discurso inaugural con las palabras: “Vengo a hablaros de la Patria catalana, que, pequeña o grande, es la única patria nuestra” (Termes, 1989: 88).

Marfany dará mucha importancia a la fundación de este Centre, ya que lo considera “el momento del nacimiento del nacionalismo catalán”. Sostiene y defiende que, aunque tradicionalmente se ha dado más importancia a la creación de la Lliga de Catalunya, como una división de derechas e izquierdas, eso es restarle importancia al autentico significado del proceso global, del cual esto solo fue el primer paso (Marfany, 1995: 23).

Para Fontana, el debate sobre si el catalanismo es de origen burgués o popular olvida que había tantos “catalanismos” como concepciones del tipo de sociedad catalana que se quería construir (Fontana, 2019: 314). Desde el tradicionalismo católico del obispo Torras i Bages a una izquierda que perdía protagonismo con la crisis del Centre Català i el aislamiento de Almirall, pero que seguía teniendo una presencia en los círculos republicanos populares. La voz dominante que se impondrá a partir de la década de 1890 sería la de un catalanismo burgués conservador, reticente con el liberalismo y con los planeamientos democráticos de Almirall, y de un carácter netamente “regionalista”.

Las Bases de Manresa
La nueva etapa de desarrollo del catalanismo la protagonizarían los que habían abandonado Almirall para fundar la Lliga de Catalunya, como por ejemplo Àngel Guimerà, Enric Prat de la Riba, Narcís Verdaguer, etc. Estos desarrollaron un programa más conservador y más próximo a los intereses de la burguesía. La campaña siguiente de la Lliga, destinada a combatir el proyecto de código civil que se discutía en las Cortes españolas, llegó a todos los rincones de Cataluña. Esta movilización global animó a crear una plataforma comun, la Unió Catalanista. Esta sería la encargada de organizar unas asambleas en que los delegados venidos de las diferentes asociaciones pudieran discutir en común un programa y una estrategia, pero que no llegaría a tener una línea política propia.

 Sello de la Unió Catalanista de 1899 | Wikimedia
En 1891 se funda la Unió Catalanista, la organización más representativa del catalanismo ideal. Este fue a veces etiquetado de romántico. Por su parte, Termes lo define como integral o idealista (Termes, 1989: 89). Se da a conocer popularmente en marzo de 1892, cuando celebra en Manresa su primera Asamblea General. Aparece con la voluntad de extender el catalanismo más allá de Barcelona. De este modo, todas sus asambleas, excepto en 1904, tuvieron lugar en comarcas.

En la Asamblea de Manresa se aprobaron unas Bases per a la constitució regional catalana conocidas popularmente por las Bases de Manresa. Hubo diferencias entre regionalistas y nacionalistas. Lo resume Rovira i Virgili escribiendo que las Bases de Manresa “en conjunto estaban inspiradas en la formula federalista, con algunas concesiones al viejo régimen de Cataluña”. Por otra parte, J. A. González Casanova valora las Bases de Manresa como algo no más autonomista que el proyecto federal de 1883, promovido por Vallès i Ribot, y evidentemente nada separatistas (Termes, 1989: 90-91).

Las Bases de Manresa pueden entenderse como un proyecto de Estatuto de Autonomía, que definía un poder regional catalán, con unas Cortes propias. Sostienen de manera explícita que Cataluña establecería relaciones concordatas entre la Iglesia y el Estado. También proponían la lengua catalana como la única oficial de Cataluña y única en las relaciones entre esta y el poder central español. Por otra parte, exigían ser catalanes para poder ejercer cargos en Cataluña. A nivel territorial, dividían el territorio en comarcas y municipios; encargaban al sometent y a un servicio permanente de vigilancia, que dependería de las autoridades catalanas, velar por el orden público. Cataluña sería única soberana en su gobierno interior.

Además de todo ello, se negaba la obligatoriedad para los catalanes de hacer el servicio militar, ofreciendo, a cambio, al gobierno central una compensación económica o un grupo de voluntarios (Termes, 1989: 90-91). Todo el proyecto aparecía dominado por propuestas historicistas de recuperación de elementos del pasado.

 Asamblea de Manresa en la Sala de Sessions de la Casa de la Ciutat (La Il·lustració Catalana) | Museu d’Història de Catalunya
Catalanistas y actividades
Marfany defiende que la respuesta a cuál era la composición social del movimiento solo será clara cuando podamos contar con una buena serie de estudios locales. Solo a este nivel se puede llegar a resultados un poco seguros. Por lo tanto, la explicación que dará será una aproximación que define a grandes rasgos la caracterización sociológica del nacionalismo catalán en el momento de su nacimiento.

Es justamente en este momento histórico cuando empieza a definirse en Cataluña un sector intelectual autónomo y profesionalizado y el hecho que esta emergencia tenga alguna relación con la aparición del catalanismo tiene su importancia.

Sostiene que hay dos grupos socio-profesionales que están muy inadecuadamente representados en las cifras que muestran quienes eran los catalanistas: los estudiantes y los eclesiásticos. Por lo que refiere a los estudiantes, que no constituyen un grupo socio-profesional propiamente dicho, su importante presencia queda escondida. El otro grupo social importante la presencia del cual es escondida en las estadísticas es la de los capellanes. Estos no salen en las listas de juntas ni en las declaraciones políticas porque no pueden hacerlo con la misma libertad. Pero su catalanismo es suficientemente conocido. De hecho, las revistas nacionalistas dan a veces noticias de capellanes catalanistas y los describen con adjetivos como “el firme catalanista”.

El número de capellanes crece al mismo tiempo que otros grupos: los trabajadores de cuello duro, los estudiantes y los médicos. Marfany alerta que hay que ir con cuidado a la hora de evaluar esta presencia de capellanes en el catalanismo. Pero, sobre todo, no hay que confundir esta presencia con las de las relaciones del catalanismo con la religión y con la Iglesia Católica (Marfany, 1995: 74).

Tampoco no es exacto decir que el catalanismo era católico. Lo era en un gran sector. Los actos catalanistas contenían con cierta frecuencia elementos religiosos. Hasta había una sociedad dedicada específicamente a la Lliga Espiritual de la Mare de Déu de Montserrat, fundada en 1899. El catolicismo impregnaba más o menos otras sociedades, como la Lliga de Catalunya, y ejercía una influencia fundamental dentro de la Lliga Regionalista. Pero, en cambio, había otro sector del catalanismo que era explícitamente laico y hasta anticlerical y que, tal y como dice Marfany, no era ni más ni menos importante que el otro (Marfany, 1995: 74-75).

Algunas de las actividades que realizaban los catalanistas consistían en mítines, conferencias y charlas políticas y doctrinales. A estas asistían en los locales de sus asociaciones. La propaganda devenía un elemento esencial. De los mítines decían “aplec”, palabra que, según Marfany, definía mejor el sentimiento de hermandad (Marfany, 1995: 253). Estos aplecs solían tener lugar en pueblos y villas. A ellas se desplazaban los representantes de las asociaciones. La propaganda catalanista se hacía, entonces, de forma muy reducida, casi familiar. Esto se deben a que aquí no había una dirección política que buscara, en actos multitudinarios, el refrendo de una línea estratégica determinada. Tampoco un partido a la caza de votos, ni un movimiento de masas que diera aviso amenazador de su existencia. Sus reuniones políticas tenían lugar no a puerta cerrada, pero si dentro de una cierta intimidad.

El catalanismo político en el cambio de siglo
Marfany afirma que la auténtica transformación del catalanismo en un nacionalismo tuvo lugar en los años del cambio de siglo, entre 1898 y 1901. No es que se introdujera ninguna modificación importante en la estrategia, sino que el catalanismo comenzó a crecer a un ritmo aceleradísimo. Esta súbita expansión tuvo como acompañante la toma generalizada de la ideología nacionalista. A partir de 1898, el catalanismo devino, por su volumen y presencia, en uno de los protagonistas de la historia de Cataluña. Y lo hizo bajo la forma de un típico nacionalismo moderno (Marfany, 1995: 28).

El principal aspecto del cambio cualitativo que experimenta el catalanismo en el cambio de siglo es que pasa a significar “nacionalismo catalán”. Antes de 1898, pocos se habían empezado a plantear la idea de la nación catalana y a Cataluña como una nación. En febrero de 1898 Lo Regionalista deviene la Nación Catalana. Las agrupaciones catalanistas que hemos visto nacer de la nada alrededor de Cataluña son formadas por hombres que acaban de ver la luz. Y, naturalmente, quieren comunicarlo a aquellos que aún se encuentran en la oscuridad y no ven la realidad. De hecho, la principal, por no decir exclusiva, actividad política de los catalanistas durante estos primeros tiempos es la de ir por el mundo explicando “la diferencia entre Estado y Nación” y como se explica en el caso de Cataluña y España.

Marfany dice que pensar en “independencia” es aún, para la gente que justo ha empezado a pensar que España es solo el estado y que Cataluña es la nación, pensar en lo impensable. Cree que hay algún individuo, sin duda, que lo piensa, ya que uno de los lemas del concurso de La Nació Catalana era “Separem-nos”. Pero nadie se atreve a dar el paso decisivo. ¿Por qué? Marfany alega que era por miedo de ponerse demasiado abiertamente fuera de la ley. Los catalanistas (propietarios, comerciantes, médicos, abogados, notarios) son, en una buena proporción, gente respetable, instintivamente enemiga de cualquier forma de subversión o de desorden social y temerosa de los riesgos personales que puede comportar la transgresión de la legalidad. Para personas pertenecientes a la extracción social de buena parte del catalanismo, ir a la cárcel era aún una experiencia infamante y traumática (Marfany, 1995: 97).

 Mitin a Tarragona de Francesc Cambó, uno de los máximos representantes de la Lliga Regionalista | Enciclopèdia.cat
La versión canónica de la historia del catalanismo es que un grupo de catalanistas, comprendiendo la absurda esterilidad del “radicalismo”, deciden adoptar la estrategia de intervenir en política. Para ello se habrían aliado con con elementos afines, constituyéndose en fuerza política y entrando dentro del juego electoral, etc. Este grupo de “evolutivos”, identificado a partir de 1901 con la Lliga Regionalista, obtiene éxitos y crece rápidamente. Mientras, aquellos identificados con la Unió Catalanista pierden posiciones y van quedando arrinconados. Esto es correcto a grandes rasgos, pero según Marfany resulta una simplificación: la Lliga Regionalista y la Unió Catalanista no eran entidades homologas y opuestas (Marfany, 1995: 105-107).

Muchos catalanistas confiaban poco en la Lliga Regionalista. Según Marfany, esta desconfianza está justificada, ya que no era un partido estrictamente nacionalista. Aunque había auténticos nacionalistas como Prat de la Riba, Puig i Cadafalch o Cambó ―los del Centre Català―, también había políticos, procedentes del republicanismo, que habían llegado atraídos por las posibilidades políticas que ofrecía el catalanismo. Y, sobre todo, había todos los elementos de la alta burguesía industrial y agraria procedentes de la Unió Regionalista. Muchos catalanistas creían ―y, según Marfany, no se equivocaban― que esta gente utilizaba el catalanismo para sus intereses de clase. La Lliga perseguía objetivos francamente reaccionarios y favorecía grupos conservadores no nacionalistas, como los carlistas o los de la Defensa Social, en preferencia a los nacionalistas de ideologías izquierdistas (Marfany, 1995: 124).

Conclusiones
En la construcción del nacionalismo doctrinal catalán entrará tanto Guimerà i Narcís Oller como Rusiñol, Casas o Carbó; tanto Puig i Cadafalch i Domènech i Montaner como Gaudí. Pero también los jóvenes escritores radicales que conectan con el mundo de los tipógrafos anarquistas que hacen literatura en catalán y, a su manera, catalanista. El modernismo los unificará a todos. Crearán patria, con una identidad nacional, que los agrupa a todos en una tarea común. Y esto se ve bien claro en un seguido de instituciones o entidades catalanistas donde colaboran salvando las diferencias. Es decir, se establecen en un doble nivel: el político, donde se mantienen las fricciones; y el patriótico, donde trabajan juntos haciendo patria.

El catalanismo inicia el proyecto de ocupación de las Instituciones, que empieza en el Ateneu Barcelonès en 1895 y ya no se detiene. En toda Cataluña nacen agrupaciones sociales, como la Unió Catalanista en 1892, en la cual hay más intelectuales que burgueses. También aparecen los primeros proyectos de Estatut d’Autogovern para Cataluña, superando así los proyectos federales de 1868-1873.

Antes de 1898, catalanistas muy variados crearon un cuerpo doctrinal nacionalista y han derivado este de la literatura a todos los campos de actividad sociocultural. El catalanismo, en este marco, recuperó una idea del pasado autogobierno de Cataluña y un proyecto de futuro en que esta ha de volver a ser ella misma. La lucha por la soberanía es ya el eje central del discurso catalanista.

El catalanismo polifacético no fue patrimonio de un sector determinado, sino que en él ha participado gente de diversos ámbitos sociales. Es necesario considerar que la defensa de los elementos particulares la hayan hecho las clases populares. El sector ilustrado de la clase obrera participó, también, en el esfuerzo de la Renaixença. Especialmente en los años de la Restauración, el sector anarquista participa de la cultura escrita en catalán. También toma parte en los esfuerzos renovadores lingüísticos y culturales. Y este sector obrero es también un rasgo del particularismo catalán y de oposición a la política madrileña.

Por lo tanto, para Termes no será la burguesía industrial catalana la que cree el catalanismo, mediante la Lliga Regionalista de 1901 y de las doctrinas de Prat de la Riba. La clase burguesa se limitará a adaptarse a la plataforma cultural y política que se había establecido a lo largo del siglo XIX por los movimientos de las clases populares y de los intelectuales orgánicos de la nación. Habría encontrado en ella la única plataforma posible para hacer política desde Cataluña. En cambio, Marfany lo que dirá es que el catalanismo naciente es esencialmente una ideología de clase media.

Durante el Modernismo se observa una proyección política clara, de signo marcadamente catalanista. Los modernistas generan un nacionalismo cultural que será posteriormente utilizado en la vida política. Desde el plan cultural ayudan definitivamente a consolidar una doctrina nacionalista, una idea de Cataluña-nación, base del pensamiento y de la acción posterior de las fuerzas catalanistas de distinto signo. El término “nacionalismo” deja de formar parte del patrimonio de los grupos más conservadores y pasa a ser compartido por la izquierda intelectual. Se habla de la Cataluña que será en un futuro, fruto de un esfuerzo iluminado.

A partir de 1898 el catalanismo no solo crece y se transforma, sino que deviene un movimiento que afecta, con intensidad variable, prácticamente a toda Cataluña. Según Marfany, es a partir de este momento que podemos afirmar con total convicción que es cuando nace el nacionalismo catalán.

Aunque la Unió Catalanista se apresuró en aprovechar la situación con invitaciones a la burguesía industrial esta aún tardó bastante en responder. Además, la expansión del movimiento que hemos analizado no fue en absoluto fruto del oportunismo, sino una autentica propagación de la ideología nacionalista.

La gente no se hará nacionalista de un día para otro. Las causas reales del nacimiento del catalanismo habrá que buscarlas en los procesos más básicos y profundos. Marfany dirá que su hipótesis se basa en el crecimiento del sector terciario en una época de crisis económica y social, pero que su intención no es ponerla a prueba. No cree que la correlación de este nacimiento con el “desastre” español sea pura coincidencia. Por lo tanto, los hechos de 1898 podrían haber sido uno de los detonantes del fenómeno.

La crisis pudo eliminar las barreras psicológicas que habían impedido a buena parte del catalanismo formular lo que hasta entonces solo unos pocos se habían atrevido a pensar y decir: que consideraban que España solo era un Estado y que la nación de los catalanes era Cataluña. Era lo único que faltaba para que naciera el movimiento.

Bibliografía
Fontana, J. (1989). La fi de l’Antic Règim i la industrialització (Història de Catalunya, vol. 5). Barcelona: Edicions 62

Fontana, J. (2019). La formació d’una identitat. Una història de Catalunya. Barcelona: Eumo Editorial

Marfany, J.L. (1996). La cultura del catalanisme. Barcelona: Editorial Empúries

Rossich, A. (1997). “És vàlid avui el concepte de decadència de la cultura catalana a l’època moderna? Es pot identificar la decadència amb castellanització?”. Manuscrits, 15. 127-134

Termes, J. (1989). De la revolució de setembre a la fi de la Guerra Civil (Història de Catalunya, vol. 6). Barcelona: Edicions 62

Termes, J. (1999). Les arrels populars del catalanisme. Barcelona: Editorial Empúries

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