Dejando atrás las bestias del presente

ARTE Y CULTURA - POESIA22 de febrero de 2021 Por María Martínez Bautista
María Martínez Bautista / Madrid, España, 1990. Es licenciada en Historia del Arte por la Universidad Complutense. Ha publicado los poemarios Primera noche en las ciudades nuevas (Ayuntamiento de Málaga, 2012; próxima reedición en La Bella Varsovia) y Galgos (La Bella Varsovia, 2018), que obtuvo el II Premio “Javier Morote”. Ha traducido al castellano la poesía de Gaia Ginevra Giorgi (Maniobras secretas; La Bella Varsovia, 2018) y de Antonia Pozzi (Inicio de la muerte; La Bella Varsovia, 2019). Sus poemas han aparecido en revistas y antologías como Tenían veinte años y estaban locos (edición de Luna Miguel; La Bella Varsovia, 2011). Actualmente trabaja como editora.
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Noche muy fría en el patio de Ca’ d’Oro

Fuiste a Venecia
buscando la alegría en la belleza
cuando la noche dura más que el día
—Rialto lumbre arriba, oscura abajo
el agua fría de las mudas góndolas—.

Cruzaste la laguna:
atrás lo triste de la tierra firme,
lo feo, lo veloz y lo ruidoso.
—Dejando atrás las bestias del presente,
cruzaste la laguna—.
   Y el Campo de San Polo
   lo cruzaban dos niños,
   pillapilla, estrellitas
   mojadas de aguanieve.
   El Campo de San Polo
   parecía un milagro.

Si no puedes hablar de lo complejo,
de ese destello de placer amargo
al pensar “soy tan poco
   y la hermosura es tanta”
(angustia del vacío,
belleza en el sentido que le dieron
los puentes, sus espejos, las cornisas ligeras,
los cerrados portales a donde llama el agua),
si no puedes hablar de lo complejo
habla de los canales chiquititos,
del azote de un viento luminoso
contra tus huesos húmedos,
de los palacios donde el oro estuvo.

Habla de los canales chiquititos,
que los ojos entienden:
te hace feliz el mundo que se acaba.

 

Vacas

Vienen vacas rumiando hierba oscura.
Son mansas,
como el dragón del cielo antes del rayo;
distantes, diminutas,
esa nieve que nieva para otros,
si desde los balcones
del miedo
las ves siempre venir y llegar nunca.
Ojalá nunca lleguen, ¿aunque sabes?:
la esperanza distrae pero no engaña,
el andén, el barranco, el foso, el lodo
son para sus pezuñas solo aire
y hay diamantes de alivio en la derrota
que traen con su alquitrán los malos tiempos.
O quizá ya han llegado algunas veces
y son el agua
que se revela turbia en su conjunto
y es clara cuando bebes, cuando nadas.

(de Galgos)

 

Ningún dolor más grande

 

Nessun maggior dolore
che ricordarsi del tempo felice
ne la miseria
​ (Dante, «Infierno», V, 121-123)

Lucecitas arriba en las pupilas,
cascabeles abajo en la garganta
y espejitos amables;
las aves de esperanza
que envías a posarse
en los días siguientes;
la paz de una cartuja sobre Nápoles,
donde no te inquietó morir y no ser nada;
y el hambre deliciosa
cuando tu boca busca la otra boca

​                ya nunca más,
que vuelvo y soy la noche,
pero no la que enciende las farolas
e introduce en las casas sed de sueño,
porque esa es una noche compartida.
Yo los peces y el agua de la pena,
la ropa con tu forma
y el humo que se lleva el tiempo que tenemos.
Yo los peldaños
​             que descienden solo.
Yo la que soy para que tú no seas.

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