Energía renovable, ¿nueva geopolítica del caos?

General 22 de enero de 2022 Por Andrés Arellano Báez.
Son cuatro los ítems de la economía sustentada en energías renovables, los que establecerían como una superpotencia a quien sea capaz de dominar uno o varios de ellos. Tal tesoro es imposible no despierte las ambiciones más insaciables del capital.
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Las promesas de un mundo mejor, la ilusión por ver renacer una nueva era y las esperanzas de un futuro prometedor, se chocan en un fatídico accidente al ser contrastadas con la duras enseñanzas que deja el pasado. Un próspero y pacífico porvenir energético sustentado en una producción limpia y no contaminante, será otro sueño roto si la fuerza impulsora detrás de esa transformación no transmuta de la que hoy impulsa el sistema reinante y sustentado en combustibles fósiles: el beneficio empresarial. No deja de ser un hecho inobjetable la máxima de David Harvey: «no existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo». La transformación de la matriz energética puede que compruebe la real crudeza de tan trágica sentencia.

La energía es la sangre del capitalismo moderno. Y a él, la procedencia de ella no le ha despertado nunca conciencia alguna. Mientras esta permita la movilidad del sistema capitalista y la interconexión de sus partes más distantes; las tragedias causadas por su inmoral obtención o los desastres a desatar por su consumación, son unas desgracias a no tener en consideración. Las guerras del petróleo y su regular conflictividad, con sus indeseadas consecuencias, son muy conocidas hasta por el más apático de los ciudadanos. Su hermano menor, el gas natural, el eslabón más relevante en la transición hacia la consolidación de una matriz energética amigable con el ambiente, ha demostrado su capacidad para despertar la insaciable sed de beneficios lucrativos infinitos. Lo más desesperanzador es que las energías no contaminantes hayan comenzado a crear los nuevos puntos de conflicto en los que se batallará como consecuencia de su emplazamiento.

 David Harvey
En páginas hermanas a esta se explayó un mapa como instrumento útil para descifrar el laberinto que es la geopolítica actual, anticipando un escenario que hoy se ha ido revelando por la coyuntura global en idéntica forma a como se vislumbra el horizonte ocultado por la oscuridad de la noche al ser alumbrado por los primeros haces de la luz solar. Y es que la validez de la tesis conocida como el Corazón de la Tierra, estipulada por Halford John Mackinder como la clave para entender las decisiones de los imperios en la política internacional en los años venideros, se consolida como la herramienta de análisis más certera para entender el mundo moderno. Al Eurasia controlar el 77% de las reservas de gas del planeta, la idea de geógrafo inglés cobra vida y se convierte, por poco, en teoría. Quién controle el corazón del mundo contralará el mundo, predicaba él. La caída indetenible en el consumo de carbón y la previsible disminución en la demanda de petróleo transformaron a Rusia, el país con la reserva más grande de gas natural en todo el planeta, en un actor de la mayor relevancia en el proceso de transición energética. El pasado prologa un futuro peligroso.

La creación de I.S.I.S. fue tema candente en la campaña presidencial estadounidense del año 2016. Los más extremos opositores de la candidata por el Partido Demócrata, la abogada Hillary Clinton, determinaron que en su periodo como mandamás del departamento de Estado se haya la fuente de la que emanó el grupo terrorista; acusación tomada con ligereza por el público al enmarcarla como una mera y nueva teoría de la conspiración. Pero cierto ha sido que, a veces, a los profetas se le llama en un principio herejes. El primero en denunciar lo impensable fue Jeffrey Sachs, profesor de la Universidad de Columbia, quien reveló en programa matutino de MSNBC cómo la C.I.A., en un afán demencial por derrocar a Bashar al-Ássad, pactó con el grupo islámico radical Al Qaeda, esperando en su asocio conquistar el objetivo compartido: la toma del poder de una Siria secular, un trato del que nacería I.S.I.S., según el letrado. Pero si fue el académico quién reveló el cómo, sería un prominente miembro de una las dinastías políticas más emblemáticas de los Estados Unidos, quien daría con el por qué.

 Hillary Clinton
La semilla maldita de la guerra en Siria se sembró en el 2000 en Qatar, acorde al relato escrito por Robert Kennedy para Ecowatch. La monarquía compartió con el mundo su sueño de edificar un gasoducto de 1.500 Km de largo, visión a materializarse con una inversión de diez mil millones de dólares y destinado a exportar desde el Medio Oriente el gas que habría de encender las calefacciones en Europa. Atravesaría la infraestructura, según el plan proyectado, los territorios de Arabia Saudita, Jordania, Turquía y, por supuesto, Siria. La idea era soportada en un brillante plan de negocio de profundas implicaciones geopolíticas: Qatar comparte con Irán el yacimiento gasífero más rico del mundo, el South Pars/North Dame, uno poco explotado por dos motivos: el embargo impuesto a Irán y la imposibilidad de transportar el gas a su gran mercado natural, Europa. El gasoducto complacía los caprichos humanos sobre los diseños de la naturaleza, desplazando el combustible desde una zona con muchas reservas a otras con muchas necesidades, a costos factibles.

Pero el comercio mundial de la energía es una delicada telaraña cuyas partes están intrinsecamente interconectadas. Haber hecho realidad la mega obra catarí hubiera cortado varios de los hilos más firmes que sostienen la geopolítica global. Europa importa el 30% de todo su gas a su vecino asiático, Rusia, y, el que fuera el centro del imperio soviético exporta el 70% de su materia prima al antiguo centro de la civilización occidental. Su relación de odio y amor se explica en esa codependencia. Y también descubren, los mismos números, el por qué del desastre humanitario en Siria. El gasoducto hubiera sido una estaca directa al corazón de un vital negocio para Rusia y su principal fuente de divisas. Bashar Hafez al-Assad ha encontrado en Putin un aliado invaluable y de ahí su rotundo rechazo al paso de la infraedtructura por su territorio, declarando con la negativa la muerte del sueño qatarí y, a su vez, desatando la ira de los poderosos capitales occidentales.

 Vladimir Putin
Lo explica Kennedy con genial simpleza, «ahora vemos qué pasa cuando eres un hombre fuerte en el medio Este y decides no apoyar algo que Estados Unidos y Arabia Saudita desean que se haga». Lo que se desencadena es la fuerza de un huracán en el mundo político. Cables de WikiLeaks detallaron que, para 2009, año en que Al Assad rechazó el gasoducto, la C.I.A. (como comentaba el profesor Sachs) arrancó su proceso de financiación de grupos opositores al régimen, buscando su derrocamiento a través de su agencia para el fomento de la democracia, la National Endowment for Democracy (NED). La excusa fue la acostumbrada: los desgastados derechos humanos. Bob Parry, citado por Kennedy, explica que «nadie en la región de Oriente Medio tiene las manos limpias en temas de tortura, asesinatos masivos, libertades civiles y apoyo al terrorismo; pero Assad está mucho más limpio que los sauditas». Solo por recordar que un opositor del régimen sunita fue descuartizado en una embajada del reino en Turquía, acción que no inundó los medios de comunicación occidentales con contundentes muestras de indignación.

«Debemos admitir que la guerra contra el terrorismo no es más que otra guerra por los hidrocarburos», frase de Robert Kennedy que aniquila con contundencia la propaganda bélica definiendo la era moderna. Sus palabras también poseen el poder de descubrir otra dimensión en el análisis de los hechos políticos globales y abre un abanico de posibilidades para cimprender el mundo. Queda fácil de entender, bajo ese nuevo prisma, cómo el transporte de gas explica a cabalidad y con facilidad otro caos desatado de manera sorpresiva en la política internacional: el levantamiento social en Ucrania. Porque la materia prima siberiana alcanza las grandes capitales europeas por dos vías principales: el mar Báltico (a través del gasoducto Nordstream) y flotando a través de una vasta red de gasoductos establecidos en Ucrania y, en menor proporción, en Turquía y Bielorrusia.

 Robert Kennedy
La narrativa oficial explica el Euromaidan como una manifestación civil del pueblo ucraniano en contra de su presidente Viktor Yanukovych, en respuesta a su negativa a firmar el tratado de adhesión con la Unión Europea. El líder del partido Svoboda («Libertad»), de los principales ejecutores del golpe de Estado que posicionó a Petró Poroshenko como presidente, el derechista extremo Yury Noyeby, «admitió abiertamente que se utilizó la integración con la UE como pretexto para romper los vínculos de Ucrania con Rusia», según relato del periodista estrella del Asia Times, el brasileño Pepe Escobar. La apuesta por apropiarse del poder en ese país fue garantizada con 5.000 millones de dólares a través de la NED (algo que quedó demostrado por la presencia de John McCain y la vocera del Departamento de Estado Victoria Nuland en las marchas) entregados a grupos autodenominados civiles; quienes eran unas aglomeraciones humanas con muestras contundentes de poseer conocimientos militares especializados y enfocados en alcanzar fines políticos muy específicos.

El objetivo establecido de destruir el espacio de paso más relevante del gas ruso a Europa, esperando crear un vacío en la demanda y así encontrar un mercado para las reservas de gas licuado estadounidense (materia prima proveniente del fracking que es más costosa y de complicada transportación) es una tesis más creíble sobre los origines de las movilizaciones en el país europeo. La materia prima estadounidense no encuentra demanda en el Viejo Continente al ofrecerse en condiciones regidas por las leyes del libre mercado. Su única posibilidad de venta descansa en la aplicación de la fuerza del imperio, convirtiendo al Pentágono en el verdadero negociador de la potencia Atlántica y cambiando el uso de los argumentos por la fuerza de las armas como medio para expandir los negocios de sus multinacionales.

 Evo Morales
Pero de toda acción debe esperarse una reacción y, la catástrofe de Siria y el golpe de Estado en Ucrania, era previsible generaran una respuesta contundente. Rusia y Alemania (la gran afectada por la falta de gas ruso) se comprometieron a construir un estratégico gasoducto bautizado Nordstream 2, gemelo de su homónimo, magna obra que permitirá exportar el gas de Rusia a Europa sin pasar por tierras ajenas. No deja de sorprender que siendo este un proyecto de infraestructura entre dos países soberanos y libres, haya sido saboteado incansablemente y sin ninguna razón política, legal o legitima alguna, desde la Casa Blanca ubicada en Washington D.C., supuesto hogar oficial de la lucha por la libertad y la democracia global.

El prisma de la geopolítica energética mundial convierte en inocente al creyente de la narrativa oficial explicando los levantamientos civiles en Bielorrusia y Kazajistán, como unos nacidos desde la inconformidad que habita en los corazones de ciudadanos oprimidos y con hambre de democracia. Jeremy Kouzmanof, periodista kazajo en entrevista para RT America, desnuda a algunas organizaciones civiles de su país como golpistas al haber sido recipientes de dinero de la NED. Otra lucha por la libertad que explota en un país dirigido por un líder político ajeno a los deseos de los Estados Unidos y cercano a dos poderosos vecinos. Otra crisis democrática nacida en un territorio considerado una joya para el mercado mundial de la energía y el comercio, al ser paso obligado de sus grandes aliados: Rusia y China; un territorio rico en gas y petróleo y, como corolario, un espacio poblado de grandes gasoductos y oleoductos transportando las materias primas necesitadas por las dos potencias. Se le adiciona a la coincidencia el que el suelo kazajo es uno vital para la iniciativa China de establecer la Nueva Ruta de la Seda y que es el país con mayor minado de Bitcoin.

 Elon Musk
El pasado prologa un futuro con más de lo mismo. Porque nada hace prever se vayan a cumplir las promesas de un mundo ajeno a las guerras por la energía, una vez instaladas las turbinas eólicas y los paneles solares necesarios para alimentar el capitalismo mundial con electricidad proveniente de fuentes limpias e infinitas. No puede ser así mientras el mundo sea uno organizado por el afán de lucro. Jason Bordoff y Meghan O’Sullivan minuciosamente detallan en su pieza para Foreign Affairs, «Green Upheavel», porque no se puede hablar de la transición hacía la energía limpia como un proceso inmaculado. «No hay forma de que el mundo pueda evitar mayores levantamientos al momento de rehacer todo su sistema energético, el cual es el fluido de sangre de la economía y quien respalda el orden geopolítico», analizan con precisión quirúrgica los citados autores.

Acorde a su texto, son cuatro los ítem de la economía sustentada en energías renovables, los que establecerían como una superpotencia a quien sea capaz de dominar uno o varios de ellos. Tal tesoro es imposible no despierte las ambiciones más insaciables del capital. El primer foco de poder se desatará al establecer los estándares de la nueva infraestructura energética, la que dará poder a los pioneros pues serán quienes definirán cómo se debe construir en el resto de países. Una segunda, mucho más relevante para la hipótesis de este escrito, es el control de los minerales indispensables para la nueva tecnología como el cobalto, tonel, litio, níquel y tierras raras, esenciales para las turbinas de viento y los autos eléctricos. Uno más, es la capacidad para construir a precios más competitivos los equipos tecnológicos y, el último, es el poder producir y exportar energías bajas en carbono claves para la transición, como el hidrogeno y amoníaco. De los cuatro puntos críticos expuestos por los académicos Bordoff y O’Sullivan, uno ya ha desatado un golpe de Estado y otro enfrentó a las dos superpotencias en fervientes encuentros diplomáticos.

 Andrés Manuel López Obrador
En 2019, medios chinos declararon que ese país estaba dispuesto a todo, cortando toda exportación de «tierras raras a Estados Unidos como represalia por la guerra comercial, lo que privaría a Washington de este conjunto de minerales esenciales para fabricar desde teléfonos hasta artefactos militares». Fueron amenazas que nunca perdieron su condición de meras palabras, pero el tono expuso la tensión adyacente a este tópico. En otro hemisferio del planeta, la nacionalización e industrialización del litio boliviano, ejecutada por el gobierno de Evo Morales, concluyó en un forzado alejamiento del poder político del presidente electo sur americano, después de él haber ganado las elecciones de 2019, desterrándolo de su país y entregándole las riendas de su nación a la exsenadora y hoy encarcelada golpista Jeanine Añez. Elon Musk,CEO de Tesla, indagado en Twitter por un ciudadano informado sobre la barbarie desatada en ese país, una de la que él y su corporación se verían favorecidas por el libre acceso al litio, respondió con una frase contundente insinuando cuáles eran los poderes fabricantes de los acontecimientos: «Derrocaremos a quién queramos. Lidien con eso».

Poco más se necesita decir. El acuerdo entre una empresa alemana y Bolivia, para producir y exportar baterías de litio bolivianas, manteniendo el control de esa nueva empresa en manos de la nación plurinacional, sería la verdadera razón detrás de la usurpación ilegal del poder político, acorde a lo manifestado por el actual mandatario del país sudamericano, Luis Arce, durante su visita oficial a su par de México. Su anfitrión, previendo un futuro similar para él y los suyos por el deseo de desarrollar una industria basada en las reservas del mineral en su propia tierra, encontró en el momento el escenario perfecto para informarle al mundo que el preciado mineral se «quedará en manos de su nación”. Y tal vez, enviándole una respuesta al CEO de Telsa, López Obrador enfatizó que «no se hagan ilusiones porque el litio se va quedar en México”.

 Mina litio Bolivia
Al levantar el velo de los teatros de operación sobre los que se mueven los levantamientos sociales, sí se revela un mineral; pero detrás del escenario, tras bambalinas, donde se ocultan los humanos dirigiendo toda la obra, se esconde el afán de lucro. La irracionalidad del capitalismo proviene de su necesidad de tener un crecimiento infinito. ¿No puede Tesla, corporación billonaria y de las más ricas, convivir en una economía donde un país sudamericano produzca y venda baterías de litio para sus autos eléctricos? Solo en el capitalismo eso es un imposible. Pero es que no se le puede pedir lógica a un adicto sobre el consumo de un producto que lo esclaviza. Y el capital, como sentencia Jordan Belfort, es la más adictiva de todas las creaciones humanas.

Naomi Klein en «Esto lo cambia todo» hace a soñar a sus lectores con un mundo donde cada ciudad construya su propia empresa de energía comunitaria, estructurada como cooperativa y sustentada en energía limpias, enfocada en saciar las necesidades de electricidad de sus habitantes y no los deseos de dinero de unos magnates extranjeros. No es un mundo utópico, es una realidad a construir, pues sería uno mucho mejor que el que se comienza a vislumbrar se desarrollará por el capitalismo, una vez más, convertir una idea noble y hermosa en otro negocio horrendo bajo su cruel yugo.

Y tal vez, enviándole una respuesta al CEO de Tesla, López Obrador enfatizó que «no se hagan ilusiones porque el litio se va quedar en México»

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