Huir de Kiev: Cómo escapamos de la capital ucraniana al estallar la guerra
Este artículo de Tetiana Bezruk apareció en OpenDemocracy el 27 de febrero de 2022. Se reproduce en virtud de un acuerdo para compartir contenido, y se ha editado para adaptarlo al estilo de Global Voices.
Hace ocho años, Sofia, Dima, Vika, Andriy y Maryna abandonaron su ciudad natal en la región oriental ucraniana de Dombás, después de que Rusia tomó el control de la zona en 2014.
El grupo de amigos se mudó a Kiev. El 25 de febrero, abandonaron la capital ucraniana después de que el Ejército ruso empezó a bombardear la ciudad.
Tetiana Bezruk, corresponsal de OpenDemocracy, los acompaño a salir de Kiev hasta Khmelnytskyi, ciudad a 350 km al oeste, para comprender lo que supone abandonar tu casa por segunda vez en ocho años.
25 de febrero
Son la seis de la mañana en un casa grande de las afueras de Kiev. En una sala grande con chimenea, que todavía no se ha encendido, 12 personas duermen en el suelo. Las cortinas están cerradas. Hay silencio absoluto.
«Levántate. Tenemos que correr. Levántate», grita Sofia* de repente. «Todo el mundo se levanta. Tenemos que correr al sótano».
Me levanto. Oigo que algo zumba sobre la casa, probablemente un avión. Me quito la manta, tomo la chaqueta y el móvil, y salgo corriendo al pasillo. Hay varias personas delante de mí. Bajamos una escalera de hierro en fila india hasta el sótano. Allí hace frío y hay humedad, sin embargo hay algunas tablas de madera en el suelo, los dueños de la casa las prepararon para que hubiera algo en lo que sentarse.
La conexión móvil no es muy buena, pero se pueden leer las noticias. El Ejército ruso está bombardeando zonas residenciales de Kiev. En las redes sociales circulan fotos del cielo nocturno plagado de líneas brillantes. Parecen fuegos artificiales, pero no lo son. Sofia distribuye mantas calientes a todo el mundo.
La pequeña Diana* está en el sótano conmigo. Tiene ocho meses. Duerme profundamente en los brazos de su padre. Diana lleva una manta afelpada infantil, con personajes de dibujos animados. Me mira y sonríe. Aquí, en el sótano húmedo, la madre de la niña intenta cambiarle el pañal. Diana guarda un silencio estoico y no se mueve.
A poca distancia de Diana está Oleg*, de 6 años. Lleva un suéter verde y una chaqueta. Oleg está jugando con su móvil. Detrás de él hay dos estudiantes de secundaria que comparten una manta y ríen. Diana, Oleg, y los demás niños son hijos de padres que tuvieron que abandonar su ciudad natal en Dombás. Algunos se mudaron a Kiev cuando eran niños; Diana y Oleg nacieron aquí. Hasta febrero de 2022, no recordaban ni conocían a la guerra.
Sofia y sus amigos abandonaros su ciudad natal en 2014, después de que la ciudad fue ocupada por militantes prorrusos tras la revolución. Se subieron a un auto y recorrieron los 800 km hasta Kiev. En esa ocasión, vivieron juntos en un gran apartamento. Ocho años después, están de nuevo en la carretera.
Subimos a los autos. Vamos a abandonar la región de Kiev. Al acercarnos al auto, oímos un fuerte estruendo justo al llegar a las puertas. ¿Un avión? Nos miramos. Luego vuelve a sonar. El estruendo fuerte y ruidoso de un avión por encima de nosotros. No podemos ver dónde está. No está claro lo cerca que está. Subimos a los autos y nos vamos.
Hay muchos autos en las carreteras. Algunos conductores se pasan al carril contrario para adelantar. Al atardecer, el cielo está coloreado de un rosa anaranjado. Por primera vez, siento que puedo mirar al cielo, no para escuchar los sonidos que provienen de ahí ni para buscar un avión, sino simplemente para contemplar la puesta del sol. Detrás de nosotros hay varias docenas de autos. Todos se marchan.
«Necesitamos una cuerda», dice Dima*. El aceite ha empezado a gotear de un auto y tenemos que buscar un nuevo transporte en medio de la nada, o jalar el auto con una cuerda. Nos decidimos por esto último. Atamos dos cuerdas multicolores a uno de los autos y las enganchamos al segundo, y nos ponemos en marcha.
Llegamos a un aldea de la región de Khmelnytsky a altas horas de la noche. Mi amiga tiene familiares aquí, que no ha visto por más de 15 años. Han accedido a dejarnos pasar la noche, ya que nuestros conductores están cansados después de un día en la carretera.
La mujer que ha accedido a darnos cobijo se llama Lyudmyla*. Nos recibe a la entrada del pueblo. Aparcamos en el patio de su casa y entramos. Hace calor. La estufa de piedra está encendida. Lyudmila nos ha preparado sopa, pero yo no quiero comer, quiero dormir.
Empezamos a prepararnos para ir a la cama. Los niños y las madres duermen en las camas, los demás en el suelo. Alguien extiende las esterillas de campamento que han traído.
Nuestra anfitriona nos da mantas calientes. Tomo una y la pongo en el suelo. Me pongo el sombrero. Hay una corriente de aire de la ventana. Me cubro con mi chaqueta de invierno, llena de polvo por el camino. No recuerdo cómo termina la noche. Me duermo en unos dos minutos.
26 de febrero
Por la mañana, el cuarto parece casi una playa con personas relajándose. Pero no hay tiempo para eso.
«Nos vamos», dice Vika* al pequeño Oleg, que está cómodamente echado en la cama cubierto con una manta.
«Mamá, ¿adónde vamos otra vez?», empieza a llorar el somnoliento Oleg.
«Bien, bien, te lo diré», contesta Vika y empieza a explicarle a su hijo adonde van y por qué. El niño se calma y se pone la chaqueta.
Lyudmyla empieza a repartir manzanas: «¿Puedo darles un poco de salo [comida tradicional de grasa de cerdo curada]? ¿Alguien quiere leche?», pregunta. Declinamos y solo pedimos cerillas, si es posible, porque no hemos visto ni una sola tienda en el camino. Lyudmila nos da varias cajas..
Ya nos vamos cuando llegan a la casa otras personas. Un hombre nos trajo un bidón de gasolina. Nos vendrá bien, ya que no se puede parar en todas las estaciones: se han quedado sin combustible. Finalmente, Andriy*, que también salió de Dombás en 2014, abraza y a agradece a todas las mujeres que se han reunido frente a la casa. Seguimos adelante.
Llegamos a Khmelnytskyi. El personal de un restaurante ha retirado las mesas del segundo piso y puesto unos colchones para que la gente pueda descansar del camino. Mis compañeros siguen conduciendo. «Nos vemos pronto», nos decimos. Y espero que así sea. Apenas leo las noticias ese día, y solo abro el teléfono por la noche. Los rusos han vuelto a bombardear zonas residenciales de Kiev. Mis amigos se esconden en sótanos y refugios de la capital. Algunos periodistas que conozco se han apuntado a la defensa territorial.
Por la noche, cuando estoy a punto de acostarme, intento averiguar qué día es. ¿Viernes? No lo sé. Es sábado. Cuarto día de guerra, cuando los tanques rusos empezaron a bombardear ciudades de toda Ucrania.
Khmelnytskyi, Ucraina. Imagen deTetiana Bezruk para OpenDemocracy, utilizada con autorización.
* En este informe, los nombres han sido cambiado para proteger a las personas.