«Cada vez respiramos peor»

Licenciada en Física Teórica y doctora en Neurociencia, a Nazareth Castellanos le gusta que la consideren “biósofa”. Más de veinte años dedicados a la investigación y una década larga al estudio del impacto de la respiración sobre la dinámica del cerebro la convierten en un referente sobre el tema central de su libro El puente donde habitan las mariposas (Siruela). “La respiración tiene una influencia tremenda sobre la salud mental. Respirar bien es clave. A mejor respiración, mejor salud mental”, asegura a lo largo de un encuentro en el que insiste en que deberían enseñarnos a respirar en las escuelas.

ENTREVISTAS Javier López Iglesias

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Tras haber trabajado en universidades como el King’s College británico o el Instituto Max Planck alemán, en la actualidad dirige un laboratorio que investiga la neurociencia de la meditación y la relación entre el cerebro y el resto del cuerpo, labor que compagina con la comunicación científica. Ha publicado los ensayos El espejo del cerebro (2021) y Neurociencia del cuerpo (2022).

Apasionada, didáctica y consciente de lo fascinante de su ámbito de investigación, confiesa: “Empecé a trabajar sobre el cerebro antes de acabar la carrera. Me quedé enganchada a este campo muy pronto, vinculada sobre todo a la investigación sobre el sufrimiento. He trabajado mucho con personas en coma, con traumatismos craneoencefálicos, con alzhéimer, con depresiones fármacorresistentes. Algo que ha estado siempre en mi línea de investigación ha sido el estudio del doble aspecto de la plasticidad: cómo la plasticidad del cerebro te puede llevar a un estado degenerativo, como es el caso del alzhéimer. A través de mi participación en el Proyecto Alzheimer Internacional vimos los biomarcadores que permiten observar si un determinado cerebro iba a progresar hacia un deterioro muy fuerte y cómo podíamos intervenir para ir en contra de esa tendencia. Esto surge en el momento en que el Hospital de Houston aprueba por primera vez la medicina del estilo de vida. Entonces nos preguntamos: ¿podemos hacer cosas que no sean farmacológicas para ir en contra de la propia evolución de la materia? ¿Podemos ayudar al cerebro mediante cambios voluntarios?”

—¿Cuál fue la respuesta a esas cuestiones?

Estudiamos a personas de edad avanzada que portaban genes de la enfermedad de Alzheimer para comprobar que, si se mantenían activas intelectual y socialmente, con una buena dieta y ejercicio físico —es decir, todo lo que comporta integralmente la medicina de vida—, podían desarrollar mecanismos neuronales que frenasen la evolución de la enfermedad. Lo mismo hicimos con personas que habían tenido un traumatismo craneoencefálico y cómo, a través de la estimulación cognitiva y el ejercicio, se podía conseguir que esa plasticidad fuese mejor que la propia plasticidad del cerebro cuando lo dejas a la deriva. Vimos con claridad que sí se conseguía una mejor recuperación.

—Y aplicó esos estudios a personas sanas…

En mi trayectoria siempre ha estado presente el estudio de la reorganización del cerebro, con el ingrediente añadido de hacerlo voluntariamente. Hace 12 años, cuando estaba en el King’s College, me planteé que, después de haber trabajado mucho tiempo con personas enfermas, podía hacerlo con quienes no están mal, para estar mejor. Previamente había comprobado que, en ese sentido, había un sesgo, pues de cada cien artículos publicados, noventa y nueve se dedican a la problemática —sobre todo en salud mental— y solo uno a las fortalezas humanas. Decidí investigar en personas sanas para conocer un poco más qué nos hace estar mejor, con el objetivo de que cuanto más sepamos, más podremos educarnos en esa cultura positiva que busca una mejor versión de nosotros mismos. Reconstruir no es volver a construir lo que había antes; no significa recuperar, ni reparar, ni restablecer o restaurar. Tampoco supone atarse a un pasado para repetirlo, sino para aprender de él y trascenderlo. Reconstruir es aprender, crecer, continuar. Reconstruir es apoyarse en el suelo en el que nos hemos caído para que se levante alguien nuevo, que no será el mismo que cayó.

 [En El puente donde habitan las mariposas, publicado con el subtítulo Biosofía de la respiración, Castellanos se asoma a la filosofía de Martin Heidegger y propone tres pilares fundamentales en los que se sustenta la experiencia humana: construir, habitar y pensar. El relato comienza exponiendo la huella que los ancestros y las relaciones personales han dejado en la construcción de nuestro propio cerebro, para adentrarse en la posibilidad de reconstruir la arquitectura neuronal mediante la voluntad, algo para lo que la respiración es una herramienta esencial, “pues establece un puente entre el mundo exterior y el interior, entre lo que somos y lo que creemos ser”. Siguiendo el trazo anatómico que dejan cada inspiración y cada espiración en el cerebro pueden definirse las bases neuronales del encuentro con uno mismo. En un ejercicio en el que aúna humanismo, ciencia y algunas de sus experiencias, la autora recoge diferentes técnicas de respiración para reforzar determinadas zonas del cerebro que nos ayudarán a preservar nuestra salud mental.]

—¿A qué se debe que Ramón y Cajal y Heidegger estén tan presentes en sus investigaciones y en el libro que ahora publica?

Ramón y Cajal ha sido un personaje que me ha acompañado y al que he admirado toda la vida. Alguien que, siendo el enorme científico que era, siempre transmitió el mensaje de reforzar la voluntad del ser humano. Tiene muchas frases sobre eso —quizás porque tuvo una vida difícil que le obligó a hacerse a sí mismo—, acaso la más famosa sea la que afirma que “todos podemos ser escultores de nuestro propio cerebro si nos lo proponemos”. El puente donde habitan las mariposas recoge lo que he ido aprendiendo a lo largo de más de 25 años en relación con los factores que han ido esculpiendo el cerebro humano, los factores más pasivos y, sobre todo, cuáles son los mecanismos que hay detrás de esa voluntad que nos permite ir moldeándolo. Aquello que mezcla lo voluntario con lo involuntario. Parto de un ensayo humanístico de Martin Heidegger, un filósofo que me cautivó, que me llevó a irme un verano a Friburgo a empaparme de su visión. Mi escrito parte de una conferencia que pronunció en 1951, en una Alemania destrozada. Aquella charla la tituló Cómo nos construimos. Yo aprovecho ese acontecimiento, ese hecho de reconstrucción —que he visto tantas veces en el laboratorio—, trasladándolo a la biología: plantear cómo hemos llegado a una determinada situación y qué podemos hacer para solucionarla o mejorarla; cómo habitamos esos momentos que nos parecen inhabitables y cómo se puede construir ese pensamiento que guía la plasticidad neuronal, que es el tema central de mi investigación: el pensamiento, el diálogo interior y la influencia de la respiración en todo ello. Además, hubo un momento en mi vida personal que fue como una guerra, y me reconstruí a través de la ciencia para guiarme también a mí misma. En ese sentido, el libro es un compartir, como si lo hiciese con una amiga, pues creo que hace falta socialmente compartir este tipo de literatura. Más hoy en día, que los problemas de salud mental son tan fuertes.

—¿Por qué El puente donde habitan las mariposas como título?

“El puente es un lugar” es una frase de Heidegger que me fascina. En mi labor investigadora y divulgativa me gusta establecer puentes: el puente entre el mundo académico y el social, entre las humanidades y otras disciplinas del conocimiento. Me asusta la soberbia científica, aunque lo científico es un extraordinario bastón. El puente también son las conexiones neuronales que descubre Cajal. Las mariposas son las neuronas. Cajal denominaba a las neuronas “las mariposas del alma, cuyo batir de alas, quién sabe, si algún día descifrarán los secretos de la vida mental”. La neurona llega a ser una mariposa —también lo decía Ramón y Cajal—, pero no es una mariposa: la inmensa mayoría de las neuronas mueren cuando aún son neuroblastos. Mariposa es aquella que ha conseguido desplegar el puente. Y lo de habitar tiene que ver, de nuevo, con Heidegger: según él, habitar es vivir una experiencia, y en este caso la respiración es una forma de habitar.

—Señala usted que el humanismo no humaniza y pone como ejemplo el de los nazis. ¿Podría concretar esta afirmación?

Creo que ni el humanismo humaniza ni las ciencias están deshumanizadas. La clave está en cómo se cohesiona el conocimiento. He trabajado con personas que acumulan mucho conocimiento —algunos fueron premios Nobel—, que me hicieron plantearme qué significa estar humanizado. Esa es, para mí, que huyo de las afirmaciones contundentes, la gran duda. Heidegger dice que humanizar es considerar que hay un servicio a lo humano. La solución para humanizar la ciencia no radica, para mí, en meterle filosofía o literatura —pues eso no tiene por qué humanizarla—, sino en cómo utilices el conocimiento.

—Heidegger, paradigma del pensador, tiene un dudoso pasado en relación con los nazis. ¿Cómo es posible que una persona de su talla intelectual no supiera ver la terrible realidad que le rodeaba?

Era una persona que vivía en una permanente contradicción. Una de las grandes cuestiones que tenemos en relación con la salud mental es la búsqueda, casi ansiosa, de la coherencia. En nosotros habitan contradicciones muy fuertes que se escapan a lo racional. Él sufrió mucho cuando se debatía entre la teología y la filosofía, pues se consideraba que eran disciplinas que no podían habitar en la misma persona. Su fascinación por Hannah Arendt y, al tiempo, su acercamiento a los nazis no debieron ser cuestiones que le facilitasen la vida. Pero también se enfrentó a la propia contradicción. George Steiner dijo de él que era el más grande de los pensadores y el más pequeño de los seres humanos. Pero, en descargo de su persona, hay que reconocer que en cualquiera de nosotros también habita la contradicción.

—En su libro se dice que no sabemos respirar cuando, en realidad, somos lo que respiramos. En ese sentido, ¿deberíamos aprender a respirar en las escuelas?

Por supuesto. Respondo con un sí rotundo. Desde la universidad estamos intentando hacer convenios con la Comunidad de Madrid en esa línea. Cuando empecé el proyecto de estudio de la influencia de la respiración sobre el cerebro, diseñamos una serie de experimentos con una máquina, la magnetoencefalografía, basada en la superconductividad cuántica, que mide el campo magnético del cerebro. Tuve que formarme en su complejísimo manejo, lo que me llevó a plantearme que era capaz de conocer algo tan complicado y, sin embargo, no sabía nada de mi respiración. Pensé entonces que el sistema educativo anda cojo en ese plano. Comprendí que no sabía respirar cuando me ponía nerviosa; que no sabía si respiraba más por una fosa nasal que por la otra, algo que después hemos visto que tiene una influencia tremenda sobre la salud mental. Nadie me ha enseñado cómo puedo conocer mi propio cuerpo para que me ayude a afrontar determinadas situaciones de riesgo. Sacrificaría parte del contenido que se enseña en las escuelas y colegios para incluir algo que nos acompañe desde muy pequeños: aprender a manejar el propio cuerpo en determinadas situaciones. En la actualidad estamos validando protocolos de respiración destinados a adultos y niños con problemas de salud mental medios y moderados.

—¿Es decir, puede afirmarse que la calidad respiratoria incide en cambios positivos a nivel cerebral?

Sin duda. Ya en el año 2017, la Universidad de Stanford publicó un artículo científico en Science que muestra la neuroanatomía de la respiración. Demostraba que hay un núcleo en el cerebro que guarda la información de cómo estamos respirando. Esa información no va hacia abajo, hacia el diafragma y los pulmones, sino hacia arriba, a zonas muy frontales directamente involucradas en la atención, la memoria y la gestión de las emociones. A partir de ahí, surgió toda una batería de estudios y artículos que inciden en el beneficio que tiene la respiración sobre el cerebro. La gran importancia de la respiración tiene que ver con que es el único sistema visceral que podemos controlar voluntariamente. Por eso, en mi libro insisto en ese punto: la respiración asociada a la voluntad. No puedo controlar mi dinámica cardíaca, ni la del estómago, ni la del intestino. No hay un control cortical sobre las vísceras, pero sí sobre la respiración. Tener esa herramienta es algo fundamental.

—¿Qué cuatro o cinco acciones nos ayudan a respirar mejor?

En primer lugar, respirar por la nariz más que por la boca. En la nariz hay dos filtros térmicos —el amarillo y el rojo— que limpian patógenos, humedecen el aire y lo atemperan. Hacen que el aire entre en tu cuerpo más preparado. Cuando se respira por la boca, tienen que hacer de filtro las adenoides, que tienden a inflamarse, y eso hace que tenga que activarse el sistema inmune. Por otra parte, al inspirar por la nariz se activa el bulbo olfativo, que tiene una conexión directa con el hipocampo —la zona más involucrada en la memoria— y con la amígdala, que es la más implicada en las emociones. La del hipocampo es una conexión excitatoria que activa, organiza y ordena. Y más orden es mayor complejidad neuronal, algo que descubrió Cajal. Más sincronización y organización neuronal supone mayor capacidad de computar información. Está científicamente demostrado que cada vez que se inspira, el hipocampo se organiza. El momento de mayor atención y memoria es el de la inspiración. Una palabra percibida cuando inspiramos por la nariz tiene mayor probabilidad de ser recordada que otra que nos llegue en la espiración o en la inspiración bucal. Cuando no respiramos bien por la nariz, el cerebro pierde un director de orquesta. Por eso es muy importante tomar conciencia de su papel y educar para que respiremos por ella.

—¿Eso se entrena de alguna forma?

Para que pueda tomar control sobre mi respiración tengo que ejercitar el control voluntario sobre ella. Eso se entrena para que mi atención vaya hacia la respiración. Cuando yo observo mi respiración, mi corteza frontal se acostumbra a ese hecho y, como hemos comprobado en laboratorio, aumenta la cantidad de neuronas de esa zona del cerebro dedicadas al control de la respiración. Por ello, el día que yo quiera controlar voluntariamente mi respiración, tendré más neuronas involucradas en esa acción. Primero abro la carretera y luego la transito. Para que esa carretera funcione adecuadamente, hay que observarla durante un tiempo. Es decir, tengo que observar cómo respiro, familiarizarme con ese acto y entrenarlo para hacerlo adecuadamente a través de la nariz. Lo ideal es respirar por cada fosa con una alternancia de dos horas, cambiar de una fosa a otra cada ciento veinte minutos. Pero la realidad es que siempre utilizamos la misma, que en la mayoría de la gente es la izquierda. Utilicemos la parte voluntaria de la respiración para reeducar la involuntaria. La realidad es que respiramos cada vez peor. Somos respiradores bucales en un porcentaje muy alto de la población. Según distintos estudios, el ochenta por ciento de las personas respiran por la boca y, como hemos comentado, eso no es lo mejor.

—Siguiendo a Heidegger, afirma usted que cuidarse a uno mismo es una responsabilidad social. ¿En qué sentido?

Cuidarse es una responsabilidad social porque lo que yo esté haciendo en y con mi vida produce cambios epigenéticos que se transmiten. Cuidarme a mí misma es, de alguna forma, cuidar a mis hijos y a mis nietos. Cuidarnos ahora es cuidar a las sociedades que vienen. Es un cambio sobre el que se está empezando a tomar conciencia. Tenemos que hacerlo en relación, por ejemplo, y de manera muy clara, con el campo de la salud mental. Tenemos la obligación de vigilar nuestra salud y no asumir como normales ciertos deterioros.

—El puente donde habitan las mariposas aporta buen número de mensajes. ¿Cuáles considera fundamentales?

Desde luego, que tú puedes ser escultor de tu propio cerebro. La mayoría de los seres humanos pasamos, a lo largo de la vida, por situaciones traumáticas. Un gran estudio sobre animales —que ahora vamos a replicar en humanos— demuestra que individuos sometidos a fuertes situaciones de estrés reaccionan de forma muy distinta. Unos quedan traumatizados, pero otros desarrollan un aprendizaje resiliente y salen del proceso mejor de lo que eran antes. Tenemos que estudiar los porqués de esa evidencia. Creo que ese es un mensaje importante. Por otra parte, sabemos que la práctica de la meditación moldea la comunicación entre cerebro y cuerpo; que la respuesta corporal ante una emoción puede ser reeducada por la fuerza de la voluntad; o que la construcción que debemos perseguir es aquella que nos haga madurar. Y, por supuesto, el relevante impacto biológico que tiene en nosotros el contacto con quienes compartimos la vida, y el valor de la experiencia consciente de la respiración para habitar y transformar nuestra existencia.

 
El puente donde habitan las mariposas. Biosofía de la respiración. Nazareth Castellanos. 280 p. 21,95 / 11,99 euros.

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