La condesa feminista introduce la novela de detectives en España. “La gota de sangre y otros relatos policíacos” de Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán fue una de las pocas mujeres que consiguieron hacerse oír en aquel mundo masculino que era la literatura española de finales del XIX y comienzos del XX. Eximia cuentista y autora de varias novelas inmortales, su ingenio se prodigó a través de todos los géneros, en una trayectoria brillante, marcada siempre por la justa rebeldía contra la subordinación impuesta a las mujeres en su época, de la que ella misma fue víctima a pesar de su alta cuna. En una ocasión dijo: “Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida.”
Una muestra de la versatilidad de su genio son sus aproximaciones a la literatura policial, de la que es considerada introductora en España. Entre sus trabajos en esta línea destaca “La gota de sangre”, una novela corta de 1911 en la que ofrece un contrapunto a las de Arthur Conan Doyle, su autor más reputado en aquel momento. Así, frente al puro mecanismo racional de éste, ella teje un argumento penetrado de sutilezas psicológicas y morales, que enfatiza la dimensión pasional y revela cómo resolver crímenes puede ser a la vez una cura para la neurastenia indolente del protagonista y un acicate para la imaginación del lector.
“La gota de sangre”, acompañada de tres relatos breves de nuestra autora, también de género detectivesco: “La cana”, “Nube de paso” y “La cita”, acaba de aparecer en el catálogo de Dyskolo, sello especializado hasta ahora en libros electrónicos y que con esta obra realiza una de sus primeras incursiones en la edición en papel.
La trayectoria de una intelectual
Nacida en 1851 en una familia de la aristocracia gallega, Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa mostró desde niña una gran pasión por los libros, y aunque no pudo asistir a la universidad, vedada a las mujeres en aquel tiempo, recibió una esmerada instrucción a través de lecturas y tutores, que le permitió en seguida manejarse con soltura en francés, inglés y alemán. En 1868 se casó en el pazo de Meirás, propiedad de su familia, con José Quiroga y Pérez Deza, un joven estudiante de derecho, también de origen noble. Tuvieron tres hijos y se separaron en 1884 de manera amistosa, en un momento en que ella buscaba su camino en la literatura más allá de las estrechas convenciones en que había sido educada. Fue entonces cuando la intensa relación epistolar que mantenía con su admirado Benito Pérez Galdós se transformó en un idilio que duró varios años para regresar luego a la amistad.
Emilia comienza su carrera literaria en 1876 con un estudio sobre el padre Feijoo y su primer poemario, Jaime, que lleva el nombre de su primogénito recién nacido. Su producción es muy abundante a partir de ese momento, y abarca numerosas novelas, cuentos, ensayos, piezas dramáticas y libros de viajes. En 1883 reúne en La cuestión palpitante los artículos periodísticos en los que había elogiado a Émile Zola y el naturalismo francés. El escándalo fue mayúsculo, pues muchos, entre ellos su buen amigo Marcelino Menéndez Pelayo o su propio esposo, no supieron entender la fascinación de una joven aristócrata y madre de familia por aquella literatura “atea y pornográfica”. Sin embargo, ese mismo año, ella reincide con La tribuna, novela en la que retrata ambientes obreros y cuya protagonista es una cigarrera consciente y valerosa, cruelmente engañada por un “señorito”. Con esta obra, anterior a otras emblemáticas de Galdós o Blasco Ibáñez, puede decirse que el proletariado hace acto de presencia en las letras hispanas.
Esta orientación naturalista encontrará su clímax en las dos novelas más conocidas de nuestra condesa: Los pazos de Ulloa (1886-1887) y La madre naturaleza (1887), pinturas de la decadencia de la nobleza terrateniente galaica, que sirven de marco, en la segunda obra, a los amores entre dos jóvenes hermanos que no saben que lo son. En los años siguientes, sin embargo, Emilia matizará su admiración por su tocayo francés, y dejará lugar en sus relatos para una inspiración cristiana en la que se ha querido ver la influencia espiritualizante de Lev Tolstói.
A través de estos cambios de tendencia y estilo, y a pesar del conservadurismo político que siempre caracterizó el pensamiento de Pardo Bazán, una constante en su obra, y hay que decir también que en su vida, fue la preocupación por los derechos de las mujeres. Garantizar su acceso a la educación en igualdad de condiciones con los varones, así como a todas las labores y actividades acaparadas por éstos, era para ella una meta esencial que reclamó en ensayos como La mujer española (1890). Ella misma fue rechazada por su sexo y a pesar de sus reconocidos méritos, nada menos que en tres ocasiones, por la Real Academia de la Lengua (en 1889, 1892 y 1912), aunque fue la primera en presidir la sección de literatura del Ateneo de Madrid, o en ocupar una cátedra de literaturas neolatinas en la Universidad Central (en 1916). Emilia Pardo Bazán falleció en Madrid, por complicaciones de la diabetes que padecía, en mayo de 1921, hace justo cien años.
“La gota de sangre”: la investigación detectivesca como terapia psicológica
La autora de Los pazos de Ulloa incursiona en el género policial con una serie de relatos publicados en los primeros años del siglo XX, cuyo fruto más granado es “La gota de sangre” (1911), una novela corta en la que ofrece su visión de los derroteros que a su juicio debía seguir este tipo de literatura. El protagonista-narrador es Ignacio Selva, un joven de clase acomodada que se nos presenta así al comienzo de la obra: “Para combatir una neurastenia profunda que me tenía agobiado –diré neurastenia, no sabiendo qué decir–, consulté al doctor Luz, hombre tan artista como científico.” Constátese el carácter simbólico de los dos nombres: Luz y Selva; es decir, racionalidad frente a complejidad psicológica. El tratamiento propuesto es que el paciente busque la forma de apasionarse por la vida, y ante su negativa a recurrir para ello a amores o viajes, que ya no le producen sino enfado y tedio, el médico le ofrece como alternativa la “exploración de almas”. Así arranca un relato que en sus ocho capítulos nos va a ir desvelando la personalidad del protagonista a la vez que se encadenan los acontecimientos.
El primer episodio es un raro altercado en el teatro de Apolo, donde Selva es increpado sin razón por un conocido, Andrés Ariza, que luego se disculpa. Pero lo más extraño es la diminuta mancha roja que Selva descubre en la pechera de la camisa de éste. Sigue después el encuentro por el protagonista del cadáver de un hombre asesinado en las proximidades de su casa, cuando de madrugada regresa a ella. Por la noche, a través de un duermevela confuso una idea se impone en su mente: “La convicción del crimen originaba mi fiebre. Lo comprendía: lo único que llegaba adentro, que rompía la gris uniformidad de la civilización era el crimen. El sabor amargo y salado del crimen había quitado de mi paladar la insipidez del tedio.”
Selva se ha convertido en otro hombre; a la mañana siguiente, requerido por el juez y sabiéndose sospechoso, se compromete ante él a resolver el caso en el plazo de tres días. Poco después, cuando en el registro de su domicilio aparece un envoltorio con pertenencias del asesinado, Selva deduce que ha sido arrojado a través de la ventana abierta con la intención de inculparlo, y por las trazas del paquete supone que hubo de ser confeccionado por una mujer.
El misterio comienza a desvanecerse tras una extraña intuición que en el hotel de Londres, en el que se hospedaba el muerto, le hace preguntar a Selva si éste había sido visitado por Ariza. Cuando la respuesta es afirmativa, cree haber dado con uno de los asesinos. Repasa entonces mentalmente el vecindario en busca de su posible cómplice femenina y la mejor candidata es Julia Fernandina, conocida como Chulita, lozana andaluza con fama de exprimir a sus amantes. Espoleado por esta idea, recuerda una conversación oída en la Peña en la que se hablaba de un idilio entre ella y Ariza. Nuestro detective aficionado cree haber resuelto el caso; la identidad de los asesinos ha sido desvelada y queda sólo reunir pruebas contra ellos.
Selva ataca de inmediato. Visita disfrazado a Chulita y le hace creer que ha sido abandonada por Ariza. Obtiene así su confesión, pero seducido y ofuscado cuando ella se le ofrece, se compromete a dejarla escapar, lo que de alguna forma siente que lo convierte en cómplice del crimen. Al salir de casa de ella, pone todos sus descubrimientos en conocimiento del juez. No obstante, como la policía no da con Ariza, es él mismo quien lo logra tras una nueva inspiración que le hace aguardar escondido en el portal de Chulita. Cuando el asesino aparece, Selva le advierte que está acorralado y le brinda la opción honrosa del suicidio.
La obra concluye con las impresiones del protagonista, que se muestra muy satisfecho de la experiencia. Ha descubierto su vocación de policía aficionado y está dispuesto a viajar a Inglaterra para aprender bien el oficio y regresar luego a ejercerlo “en este Madrid, donde reinan el misterio y la impunidad. Traeré al descubrimiento de los crímenes elementos novelescos e intelectuales, y acaso un día podré contar al público algo digno de la letra impresa.”
“La cana”, “Nube de paso” y “La cita”: más crímenes en busca de aclaración
Los otros tres relatos incluidos en el volumen remarcan la originalidad y buen hacer de nuestra autora en el género policíaco. “La cana”, de 1911 al igual que “La gota de sangre”, comparte con él algunas características. Así, su joven protagonista es culpado de un crimen para el que no tiene coartada, y resulta aquí también un pequeño detalle, la misteriosa cana del título, colgando de un botón del asesino, la prueba de cargo para incriminar a éste. La atmósfera onírica nos lleva por el ambiente invernal y sombrío de una ciudad provinciana en una pesadilla que sólo concluye cuando un destello de luz en la mente del agobiado muchacho le hace recordar la minucia que demostrará su inocencia.
“Nube de paso”, del mismo año, representa una vuelta de tuerca en la destreza que la autora atribuye a sus detectives. En un tour de force, simplemente escuchar los pormenores de un crimen ocurrido trece años antes sirve a un perspicaz contertulio para resolverlo, aunque como es común en estos casos, su exceso de inteligencia va acompañado de cierta candidez por parte de todos los que habían tratado previamente de hacerlo.
Por último, “La cita”, de 1909, se basa como “La cana” en el motivo de la encerrona al protagonista, que se enfrenta aquí también a un habilidoso plan para que parezca culpable de un crimen. En esta ocasión, sin embargo, no hay ningún indicio que aclare el misterio y ponga en evidencia al asesino, con lo que el desenlace queda abierto.
El inicio de la novela policial en España
Suele considerarse “La gota de sangre” como el origen del género detectivesco en España. Éste se va a caracterizar, más allá de las truculencias y la sangre de las “novelas de crímenes” que se escribían hasta ese momento en el país, por el planteamiento del asesinato como un reto intelectual, que sólo podrá ser superado por la agudeza del protagonista, en la línea de lo que se encontraba ya por entonces en la literatura en inglés o francés. Partiendo de los antecedentes en estas lenguas, Pardo Bazán aporta al género elementos novedosos que serán importantes en su evolución posterior.
“La gota de sangre” inaugura, pues, un nuevo género entre nosotros, pero vindica además el que va a ser rasgo esencial de éste, el placer de resolver misterios, al detallar el descubrimiento, por un joven ocioso, de la vocación que ha de librarlo de la neurastenia que padece y dar sentido a su vida. Un argumento así prometía ciertamente continuidad, y hoy se sabe que Pardo Bazán trabajó en otro episodio con el mismo protagonista, tras el hallazgo entre sus manuscritos de uno, inédito e incompleto, titulado precisamente “Selva”. Está éste constituido por 168 cuartillas llenas de tachaduras, que evidencian un infructuoso intento de pergeñar una secuela de“La gota de sangre”.
Respecto a la técnica usada por la autora en la construcción de sus relatos policiales, tanto en “La gota de sangre” como en “La cana”, estos pequeños objetos del título actúan como goznes sobre los que gira la acción, pues ofrecen indicios misteriosos de la tragedia violenta y terminan propiciando la resolución del crimen. Esta estructura narrativa en la que todo descansa sobre una mínima base material tiene un gran atractivo literario. Además, como hemos visto, la investigación progresa gracias más que nada a la intuición de los protagonistas y a su capacidad de recordar detalles esenciales. Hallamos esto en “Nube de paso” y “La cana”, y también en “La gota de sangre”, pues es lo que lleva a Selva a preguntar por el asesino en el hotel de Londres, a rememorar una conversación oída hace tiempo en la que se le emparejaba con Chulita o a aguardar al final en el portal de ésta. Es dentro de sí mismo donde el detective debe acudir para resolver el crimen.
Otro rasgo característico de “La gota de sangre” es el minucioso acercamiento a la personalidad de Ignacio Selva, un joven acomodado, consciente de su preeminencia social, neurasténico pero confiado en sus fuerzas. Es revelador cómo ante la situación apurada en que lo pone el descubrimiento de un hombre asesinado junto a su casa y sabiéndose sospechoso, él se permite tratar con aires de superioridad al juez y la policía y comprometerse a descifrar el caso. En su episodio con Chulita, lo domina más que nada un impulso caballeresco que lo hace cómplice del crimen. Así, le dice luego a Ariza: “Como me repugnaba enviar al patíbulo, o siquiera a presidio, a una mujer, yo he asegurado la fuga de Chulita.” En la escena final, triunfa otra vez el espíritu de clase cuando sugiere al criminal que salve su honor: “Usted ha sido siempre, a pesar de sus vicios, un caballero, por la clase social a que pertenece.”
“La gota de sangre” puede considerarse un experimento con el que Pardo Bazán exploró las posibilidades del género policial más allá del racionalismo y los alardes deductivos de Conan Doyle, referencia indiscutible en aquellos momentos. En su busca de nuevas vías, nuestra autora opta por analizar las circunstancias sociales y anímicas del crimen, y dibujar un acabado retrato del protagonista desde estas perspectivas, atenta a sus emociones y conflictos morales. Su intento sirvió para echar a rodar el género en España y también para reivindicar la intuición como arma del detective, elemento que va a imperar después en maestros del suspense psicológico como Georges Simenon o Patricia Highsmith.