
Titane, en el límite de lo humano
Julia Ducournau ganó con Titane la Palma de Oro del pasado Cannes. Es la primera vez que una mujer lo logra en solitario en los 74 años del Festival. Para lograrlo, la realizadora y guionista parisina traslada a la pantalla la dramática y fantástica historia de unos personajes que se mueven en los límites de lo humano. La potencia de las imágenes y el transgresor fondo de lo que se narra no deja a nadie indiferente en un descarnado largometraje llamado a despertar encendidas filias y fobias.
ARTE Y CULTURA17/10/2021 Javier López Iglesias
La realidad señala que durante su presentación en Cannes no fueron pocas las personas que abandonaron la sala en el curso de la primera media hora de proyección. Pero no es menos cierto que al concluir hubo rendidas muestras de admiración en otro buen número de espectadores.
El hecho es que Titane, que entre sus variados enfoques alberga uno claramente salvaje, no deja a nadie impasible. La cosa fluctúa de los que consideran que han asistido a la proyección de una obra maestra a quienes, descentrados, dudan acerca de si lo que se les ha servido no es más que una boutade. Si una de las funciones del cine es remover al espectador, no dejarlo tranquilo en su butaca, no cabe duda de que esta propuesta acierta con creces.
Seguramente ni una cosa ni otra encierra la historia que se abre con un accidente de tráfico tras el que a la pequeña víctima que viaja en el coche le tienen que implantar una placa de titanio en el cerebro. Más tarde asistimos a una serie de terribles crímenes y, después, a un padre que reencuentra a su hijo misteriosamente desaparecido diez años atrás.
Perturbadora
Julia Ducournau ya había perturbado a la audiencia con Crudo (2016), su debut cinematográfico, estrenado en la Semana de la Crítica de Cannes, donde ganó el premio FIPRESCI. Con Titane vuelve a la carga. Sirviéndose de los ejes argumentales descritos construye un largometraje inquietante que encierra géneros diversos –drama, thriller, erotismo, ciencia ficción…– y en el que nada o casi nada es lo que parece. Cada cual parece asumir una personalidad y una identidad cambiada.
Pero, además, sobrevuela la historia una reflexión sobre los miedos a la maternidad, a la soledad, a la pérdida, al deseo de sobrevivir por encima de cualquier circunstancia y al amor. Como ha señalado la realizadora, “el verdadero amor se da más allá de todo condicionamiento social, es un vínculo incondicional que trasciende el género, la clase, el origen… Me inventé una historia de amor entre dos seres que no tienen nada en común. Dos criaturas volcadas a la destrucción pero a las que una mutua necesidad les une e ilumina”.
En los papeles estrella es clara la entrega de la mutante Agathe Rouselle y el transformado Vincent Lindon. Los dos hipnotizan la mirada de quien observa a pesar de que en no pocos momentos mantener la vista en la pantalla supone un reto.
Se sabe que el titanio es un metal altamente resistente al calor y a la corrosión lo que lo hace muy adecuado para integrarlo en aleaciones de resistencia extrema. Desde esa certidumbre, Titane agita, conmueve, desorienta y, por supuesto, incomoda.



Dentro de doscientos cincuenta años se estudiará nuestra época y en los libros de historia se explicará la revolución que supuso el acceso a internet en cualquier rincón del planeta. Esa perspectiva temporal la tenemos nosotros para entender algo parecido: el impacto de la mayor aventura editorial de la historia, de la biblia de la Ilustración, de la obra que no se limitó a compendiar todos los conocimientos posibles escritos por los mejores especialistas sino que buscó sacudir las conciencias, mostrando que el conocimiento podía ser una forma de combate político, a pensar con libertad. De ahí que recibiera tantos ataques de los poderes fácticos de la época, empezando por la Iglesia Católica.

Parece que Chet Baker, que fue un nómada en toda regla pero que se sentía especialmente a gusto y querido en Italia, tuvo una vez ocasión de saludar a Romano Mussolini. Para diversión de sus colegas, Chet le dijo al hijo del dictador ejecutado: “Oye, qué putada lo de tu viejo”. Real o no, la anécdota denota uno de los rasgos del trompetista, su capacidad para vivir en un burbuja de la que salir solo para las pocas cosas que le interesaban: la música, los coches, las mujeres, las drogas. De hecho, si cambiamos los cadillacs por las mentiras, esa habilidad innata del genuino buscavidas, tendríamos, en verdad, los cuatro impulsos de su tremebunda existencia, los cuatro movimientos de una sinfonía vital que nos dejó románticas baladas, una madre torturada, conciertos inolvidables, sufridas amantes, esposas e hijos… Belleza y violencia. Sensibilidad y crueldad.

En tiempos de abusivo reguetón y pasión por los concursos canoros, la entrada al universo del jazz no es precisamente fácil. No suena en las radios de forma espontánea y apenas ocupa espacio en las revistas de música y mucho menos en la prensa general. Aunque plataformas como Spotify o canales como YouTube permitan el milagro de escuchar en el mismo día las piezas más populares y también las más raras de la historia del jazz, no parece que sea ésta, sin embargo, la mejor vía de acceso.


Juan Diego Botto ha obtenido hoy el Premio Nacional de Teatro correspondiente a 2021 por, según el jurado, "su profundo y permanente compromiso con la escena como vehículo de transmisión de realidades políticas y sociales incómodas y su capacidad de hacerlas llegar al gran público a través de un lenguaje claro y sencillo pero cargado de poesía". Atributos con los que ha conformado su espectáculo Una noche sin luna, donde ha demostrado "su naturaleza de hombre de teatro integral como dramaturgo e intérprete", así como "la enorme vigencia que el discurso lorquiano posee en la actualidad".
